Milly
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Post by Milly on Nov 10, 2015 23:54:34 GMT
((No pasa nada, me he divertido leyendo xD))
1890 No fueron tanto las palabras de Adrien como su reacción a las mismas lo que llevó al barman a atar cabos sueltos. Si antes le habían faltado motivos para desconfiar de él, ahora ya no le quedaban dudas. Temiendo que el joven acababa de atragantarse con un secreto gigante, se desplazó de un lado a otro de la barra con la intención de atraparlo en medio de su fuga, pero cada vez que intentó sujetarlo de la muñeca, el tobillo o lo que fuera, acabó cerrando los puños en el aire, terriblemente frustrado. —¡VUELVE AQUÍ CHICO! —le gritó furioso cuando lo vio perderse entre la gente y desaparecer en menos de un segundo. ¡Pero qué mocoso! Estaba claro que era tan escurridizo con las palabras como con sus pies. Sin embargo, Méd no iba a dejar que un chiquillo intrépido acabara de socavar su estado de ánimo. Así que volvió a lo suyo, limpiando vasos, sirviendo vasos. Limpiando más vasos, sirviendo más vasos. De vez en cuando una broma y una carcajada, más tarde y de forma insólita, el glorioso pedido de una de sus mezclas especiales. En eso estaba, agregando distintas medidas de licor a cinco vasos, jugando como un niño con sus juguetes, cuando la voz de Julie logró arrancarlo de su estado de profunda abstracción de mago del alcohol. —Vaya —recibió a la bailarina sorprendido antes de devolverle la sonrisa—. Así que fue a buscarte de todos modos. No sé qué se traiga entre manos ese chiquillo, pero te aseguro que como vuelva a poner sus pies sobre mi barra... —De a poco la expresión de Méd fue cambiando y, sin detener por un segundo su trabajo con los licores, volvió a parecer preocupado. No es que existiera algo visiblemente sospechoso en la apariencia de la bailarina. De hecho, la veía tan radiante como siempre. Pero las circunstancias de esa noche seguían siendo un incordio—. ¿Estás bien?
Teva devoraba cada detalle con sus ojos pardos, que brillaban con curiosidad infantil ante la aparición de cada nuevo ambiente. Aparte del desenfreno con el que su mirada barría el espacio, nada había en sus modos que fuera a delatar su entusiasmo y -Charlie había adivinado sin ella advertirlo- su impaciencia por seguir descubriendo cosas, por seguir sumergiéndose en los mundos dentro de otros mundos. Los pasos eran firmes y pausados, con una cadencia casi calculada; las manos, despreocupadas, se ocupaban de mantener en su lugar el abrigo prestado. Y la cabeza iba erguida, flotando delicada para apreciar las puertas que se abrían a su paso, las personas y objetos que iba dejando atrás. En algún rinconcito de su mente, la apenaba pensar que nada de lo que vería esa noche contaría con el privilegio de ser compartido. No podría cotillear con Matt como llevaba por costumbre, ni presumir con Médéric ni... nada en absoluto. Al subir al carruaje había decidido continuar sola. No se arrepentía, por supuesto, pero la sensación del cambio resultaba extraña. Al fin llegaron a la última puerta del camino. —Señor LeCounce —dijo a modo de saludo cuando el hombre los recibió personalmente, dedicándole una sutil inclinación acompañada de la sonrisa incansable, la mirada inocente y juguetona; un breve recordatorio de los talentos que probablemente -Teva solo podía especular- habían motivado al dueño de casa a recibirla esa noche—. Curiosa morada esta a la que me han traído.
2015 Algo en las afirmaciones de Logan pareció no agradar del todo al reportero. —Cuando dices 'en cualquier momento' —dijo sin dejar de estudiar el ambiente y decidir que, definitivamente, no era el tipo de lugar que un tipo como él querría visitar por cuenta propia—, ¿a qué rango de tiempo te refieres exactamente? ¿Diez minutos? ¿Una hora o...? —Cualquier momento es cualquier momento, Moncef —Katia fue dulce, pero tajante—. La impaciencia solo hará tortuosamente larga esta noche, y ya tengo bastante con mi propia impaciencia. Ya que nuestro guía turístico parece querer guardar su botella de vino para más tarde, ¿qué tal si me traes algo para beber? A Logan tampoco le vendría mal un poco de lo que sea para mejorar su humor. Anda, corazón —le dio un par de empujoncitos en dirección a la barra—, quiero que me sorprendas con tus maravillosas elecciones licorescas.
Périer, desde luego, no puso pegas. Obviando el hecho de que no acababa de estar cerca de Katia y Logan sin sentir que en cualquier momento le clavarían un puñal por la espalda, estaba esperando la oportunidad de perderse entre la gente y descubrir con más detalle la naturaleza del lugar al que había ido a parar. Así que siguió el impulso iniciado por el empujón de la maquillista. Pero al llegar a la barra, no fue al barman a quien se dirigió Moncef; acababa de entablar conversación con una atractiva mujer de melena negra.
Katia, que para entonces se había vuelto a mirar al fotógrafo, no captó el desliz del tercer mosquetero ausente. —Todavía hay algo que me estoy perdiendo, ¿cierto? —le dijo repentinamente seria—. Te ves tan comprometido con esto de ir de antro en antro... y sigo sin ver cuál es tu ganancia. ¿De verdad sientes tanto temor por este modelo que aparece del humo? ¿Tanto que prefieres tomar precauciones con tanta antelación? —entrecerró un poco más los ojos, taladrando la mirada de su compañero—. ¿O estás coleccionando deudas con Périer para cobrarte algo verdaderamente colosal más adelante? —sostuvo al fotógrafo por el brazo, sonriendo peligrosa, y dulce... y a ratos incómodamente indescifrable—. Si no me das una pista al menos, Logan, vas a conseguir que me vuelva loca. Sé que te gusta jugar con los secretos, y no te lo cuestiono; es un talento que me hace sentir envidia. Sin embargo... —pensó en alguna frase ingeniosa para el goce de su acompañante. Pero no hubo suerte—. Bueno. Sin embargo nada. Se buen amigo y dímelo ya.
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bachi
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Post by bachi on Nov 30, 2015 0:22:45 GMT
1890 Lala había continuado con el espectáculo, había seguido con quien era mientras Méderic le pasaba los tragos y ella deleitaba a los clientes de la barra con su buen servicio y rápida entrega. Su propina eran palabras bellas, sonrisas divertidas y una correspondencia agradable a los halagos. La propina de ellos era esa y un par de billetes. Pero cuando Méd le preguntó, la retuvo con sus palabras y el trago que había estado sosteniendo tuvo que volver al nido del cual había despegado. Lala dejó de ser Lala y Julie se quitó una máscara que nunca le había pesado llevar más que esa noche. Le tembló una sonrisa en los labios, como el aleteo débil de una mariposa, y mientras recuperaba entre sus garras la copa y la devolvía a quien le pertenecía, lo esquivó. —Veo que te enseñé o demasiado bien o lo incorporaste maravillosamente rápido a tu sistema —Le daba la espalda, ajena, observando su alrededor—. ¿Qué, tan evidente soy? Siempre creí que podría ser una gran actriz... Y qué ingenua he sido al respecto —Suspiró y ladeó la cabeza pero continuó sin mirarlo. No se atrevía en realidad. Y al final, cuando lo hizo, fue para hacerle una proposición. Julie se apoyó sobre la barra, entrelazó sus dedos y se inclinó hacia delante. Clavó sus ojos azules en los de Méderic luego de un lento pestañeo. No lo estaba seduciendo, de ser así, habría sonreído, le habría tocado el antebrazo o habría saltado sobre la barra para atraparlo entre sus piernas. El rostro de Julie no seducía, estaba apagado. —¿Bailarías conmigo Méd? —susurró apenas audible entre tanto barullo y fueron como las palabras pequeñas de una niña. Mantenía la vista baja, dibujando círculos con el dedo sobre la madera siempre limpia, frunciendo el ceño. Era como si se resistiese a hablar. Había una dicotomía planteada en el rostro de Julie: No quería demostrar debilidad, se resistía a abrirse, pero ese mar estaba rebasando el dique.
Pero para sorpresa de Teva, LeCounce parecería más bien entre impresionado e incordiado que alegre por la presencia de la mujercita allí. No se había levantado a abrirles, había sido Charlie al escuchar su voz quien había dado paso a Teva antes que él, y luego cerrado la puerta detrás de ambos. La casilla por dentro los recibió con un calor agradable salida de una pequeña salamandra ubicada en un rincón del espacio. El hombre que los había recibido, se había inclinado hacia atrás para bajarle el volumen al sonido de la música. Iluminado por una luz cálida procedente por el fuego, la salita modestamente decorada con un escritorio, una cara alfombra que cubría el piso y una biblioteca poco enderezada, cualquiera abría dicho que afuera nevaba y estaban allí en realidad de vacaciones visitando al abuelo de Heidi. Solo que el abuelo de Heidi parecía inescrutable. —Señorita Attia. La respuesta fue cordial e iba acompañada de una sonrisa, pero era escueta, demasiado. En seguida se volvió a Laurent, y él dio un paso adelante. —Señor LeCounce —saludó—, he traído a la señorita Attia porque creo que le corresponde saber lo que podría alcanzar si estuviera del lado correcto en esta escena. Si la abrupta sinceridad sorprendería o no a Teva, LeCounce no lo percibiría. Tenía el par de ojos clavado en su subordinado. Una silenciosa batalla parecía estarse llevando a cabo entre el espacio que los separaba, ajena a cualquiera, pero no a la bailarina que ahora era parte de ese tablero. Pierre dejó la pluma a un costado y se estiró hacia atrás contra el respaldo de su destartalado sillón. —Discúlpame los modales, mademoiselle Attia, ¿pero podría ser tan amable de esperarnos afuera? Prometo que seré preciso. No te haré esperar en el frío más de la cuenta —Le sonrió y le señaló la puerta por la cual había entrado. Una vez hubiera salido, la música recuperaría su antiguo vigor. Ni una palabra escapó de esas cuatro paredes, y alrededor de siete minutos después, Charlie volvería a abrirle la puerta. El ánimo del ambiente era indescifrable, pero Charlie estaba silencioso. Le señaló a la bailarina un asiento frente al escritorio y, con caballerosidad, la acomodó cuando hubo ocupado el lugar. Pareció que todo allí había terminado, pero en vez de salir, el hombre se mantuvo detrás de Teva, implacable. Sus ojos estaban clavados en LeCounce. Sin previo aviso apoyó sus dos manos sobre los hombros cubiertos todavía por el abrigo que le había dado a la bailarina, y se inclinó hacia delante, para plantarle un suave beso en la mejilla derecha. Nada más. Desapareció antes de que cualquiera de los dos pudiera haberlo notado. LeCounce esperó en silencio, recomponiendo la dureza de su mirada en una de expectación cuando dejó de fijarse en la puerta para volverse a quien tenía en frente. Afuera, Laurent sonrió y encendió un cigarrillo.
2015 Logan sí captó el pequeño cambio de rutina del reportero, pero más que molestarlo, pareció divertirlo. Apartando perezosamente su par de ojos de ambos especímenes, se fijó en Katia y la observó, cayendo en la cuenta que de verdad le agradaba esa pequeña mujer. —No se te escapa nunca nada, ¿cierto? —susurró esbozando una perversa sonrisa. Y lo tuvo con la última afirmación, que le robó una carcajada, pues ya ni siquiera había intentado disimular: Katia no estaba queriendo perder el tiempo actuando cuando simplemente podía preguntar, y eso le aseveró una cosa segura—. Sí, seré buen amigo, después de todo y ciertamente, creo que eres una de las pocas verdaderas personas a las que puedo considerar "amigos". ¿Sabés? Es curioso. Sé que harías lo imposible por triunfar aunque eso pudiese implicar en algún momento pasarme por encima. Pero no me molesta. Lo he analizado eh, y descubrí que no. No me molesta. Yo haría lo mismo. Y sé que tú lo sabes. Y se que lo respetas. Y esa pequeña certeza me da una extraña calma que entre nosotros hace posible esto —Señaló el espacio que había entre ambos—, esta mierda o lo que sea que llamamos amistad —Se rió—. Ven paseemos un poco. Todavía brindándole el brazo de soporte, la llevó junto a la barandilla que separaba a los clientes de la acera más abajo. París estaba estrellada esa noche. —No le mentí a Périer cuando le dije que le diré lo que quiero a cambio cuando lo que necesite. Y es exactamente porque todavía no decido qué quiero pero sé que necesitaré un favor en el futuro. Así somos en el mundo de la moda, cariño "Hoy por ti, mañana por mi"... Y a veces ni siquiera eso. Por otro lado, estoy "comprometido" como tú le llamas porque de verdad tenía ganas de salir hoy —Se encogió de hombros— ¡En serio! —exclamó antes de que le clavaran una expresión de incredulidad—. Rambaud... No me preocupa preocupa. Por ahora. A nosotros no va afectarnos si predicamos excelencia en lo que hacemos y, vamos cariño, somos los mejores —Puso los ojos en blanco—. Pero los demás sí lo tendrán difícil si hace lo que él suele hacer. Es como un virus, Katie. Entra, se adapta, cambia el código genético y luego ataca. No me mires así. Salí un tiempo con un biólogo. No te lo recomiendo, les chiflan hasta los hongos del baño. Pero... Si decide que no somos lo suficientemente buenos, se encargará de que así lo crea todo el mundo. No creo que sea personal. Él es como nosotros: Busca la perfección. Pero se lleva todo por delante con tal de conseguirla. Y con todo, me refiero a todo. No simple puñaladas por la espalda. Ésta noche, Périer descubrirá curiosas cosas sobre Rambaud, con suerte, algo más que meros chismes de paparazzis. Pero al pez gordo lo tendrá que atrapar él con las manos en la masa en su propio territorio, eso lo entenderá cuando se encuentre con las personas que quiero presentarle. Jean-Claude no es solo una cara bonita, también sabe cómo jugar y es limpio como un profesional. La miró por sobre sus lentes mientras se acomodaba contra la barandilla. —Es cierto que tengo mis secretos, pero los comparto con quienes quiero. Y con aquellos que tienen otros dotes inigualables que yo no poseo —Era un halago por un halago. Logan podía ser un caballero cuando no era una zorra empedernida—. Y te contaré uno: Hay otra cosa que quiero comprobar en Les Souffleurs, no lo dejé solo por preferencia personal para lo último. Ya verás. Pero ahora —Entrecerró los ojos y se le encendieron, ansiosos, cuando divisó algo más allá en la terraza—, creo que deberías recuperar a Périer de entre los brazos de esa morena atractiva, porque nuestra cita ha arribado. Ve, yo los introduciré al interceptarla.
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Milly
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Post by Milly on Dec 8, 2015 2:04:11 GMT
1890 Demasiado tarde comprendió el barman que su pregunta había sido cualquier cosa, menos inofensiva. Bastaba con mirar a la bailarina y descubrir el repentino cambio en su comportamiento: la fragilidad apenas disimulad en su voz, la permanente evasiva de sus gestos. Julie siempre había demostrado ser más fuerte que cualquiera, era capaz de contenerse a sí misma con una facilidad que no poseía nivel de comparación, oculto su corazón tras infranqueables fortalezas de piedra. Sin embargo ahora parecía que esos muros tan bien construidos se aprontaban a un derrumbe inminente. Era difícil imaginar a Julie desprovista de las herramientas que, fueran o no excesivas, la hacían ser ella. Más difícil sería todavía cargar con la culpa de ser el responsable de esa inusitada y completa desprotección. Médéric, simplemente, no podía permitirlo. Porque no podría soportarlo. Encargando su barra a un desprevenido mesero que había decidido acercarse a su territorio, tomó la mano de la bailarina para arrastrarla delicadamente hasta el lugar ocupado por el resto de parejas danzantes, la mayoría sometidos a los efectos del alcohol y los encantos de sus atractivas compañeras. Méd ignoró todo eso cuando comenzó a guiar a la bailarina y su fracturada máscara por la pista, acudiendo seguramente a una elegancia que no calzaba del todo con el ambiente del cabaret. No tenía importancia. —No tienes que decir lo que te ocurre si no quieres, eso lo sabes —comenzó a decir con una sonrisa que apenas disimulaba su preocupación, los ojos pendientes de cada nuevo gesto de la mujer—. Pero tienes que saber también que cuentas conmigo Julie, para lo que sea. No estás obligada a soportar sola... lo que sea que estás tratando de soportar. Eso era todo. La simple declaración de la confidencia inconscientemente establecida entre ambos, la evidencia del apoyo incondicional y la intención de que la balanza retornase al equilibrio, de que volvieran estar a mano. Porque Favre había quedado en deuda con una joven Odair que, sin esperar nada a cambio, había decidido salvarlo de su propia ignorancia al ayudarle a abrir los ojos. Él podía devolverle aquel portentoso favor, estaba dispuesto, si ella quería.
El silencio que se cernía sobre ambos era a la vez una acusación y una exigencia, Teva lo percibía con la certeza de ciertas cosas que se entienden sin motivos racionales. Aquel era un momento decisivo, y la opción de echarlo a perder era, por definición, inadmisible. ¿Pero cómo podía ella saber el modo adecuado de proceder? Ni siquiera podía saber si lo que acababa de presenciar era una puesta en escena para ponerla a prueba o si se trataba de un verdadero enfrentamiento entre el jefe y su mano derecha. Al final, cuando el silencio se tornó insoportable y peligroso, decidió optar por lo sano y hacer caso al consejo de su guía: para bien o para mal, sería sincera. —Lo siento mucho, Monsieur LeCounce —inició su pequeño parlamento con voz suave y conciliadora, pero con absoluto control de sí misma. No era ocasión de mostrar afectación alguna—, pero desconozco por completo lo que espera de mi en este momento. ¿Cómo podría saberlo? —la sola suposición la llevó a esgrimir una sonrisa burlona—. No soy más que una pieza insignificante que se mueve bajo los dictámenes de otros. Sé, sin embargo, que algo de lo que he hecho durante estos últimos días sin duda debe haber llamado su atención, o de lo contrario no estaríamos aquí —alzó una mano como para frenar cualquier posible acotación de su interlocutor—. Que esta aparición repentina haya sido o no de su agrado es otro asunto, uno que desde luego ya habrá resuelto con el señor Durand. Mi papel en esta serie de acontecimientos se ha limitado al de consentir seguir el juego magníficamente ideado por su hombre de confianza. La cuestión es, ¿por qué lo he hecho? Lamento si esta perorata lo aburre, Monsieur, pero antes de despacharme, dirigirme la palabra o lo que sea tenga en mente para mí esta noche, considero necesario que sepa lo siguiente. Se inclinó un poco más sobre el asiento, lo suficiente como para dejar al descubierto sus pálidos brazos y apoyarlos sobre el escritorio. No había en aquel gesto el más absoluto indicio de desafío, solo el desplante de segura comodidad que Teva podía exhibir en cualquier ambiente con apenas una sonrisa de peligrosa ingenuidad. —Balthasar probablemente espera haber ganado mi fidelidad con este ascenso repentino a bailarina, pero el hecho de que yo sea una pieza insignificante, no me convierte en una idiota —en sus ojos brilló un fulgor extraño, mezcla de astucia y resentimiento—. Y contar con un lugar en el escenario fue mi precio años atrás. Ese fue el error de Balthasar: explotar a sus recursos a base de limosnas, creerse portentoso al punto de no considerar necesario adentrarse en negociaciones con sus subordinados —sonrió con ese encanto y esa dulzura característica antes de continuar—. No me gustaría que usted corra el riesgo de cometer el mismo error. Por eso espero entienda todo esto. ¡Oh, no me malinterprete!, no se trata de que me incomode ser utilizada, después de todo llevo años de experiencia en ese arte. Pero si voy a ser útil para algo, considero justo el hecho de consentir ser utilizada. Y ese consentimiento, ese genuino y sincero consentimiento a ofrecer mi fidelidad, depende enteramente de los beneficios asociados al papel que debo desempeñar —Arrebujada bajo el abrigo prestado se irguió en su asiento. Nada en su apariencia, siquiera esa vivaz astucia impregnada en cada gesto, podía combatir con la impresionante imagen de fragilidad de la muchacha. Y sin embargo ahí estaba, dejando en evidencia con escalofriante talento hasta qué punto podían llegar a engañar las apariencias—. Como verá, Monsieur, todo se reduce a una simple cuestión de conceptos: no se trata de comprarme como si fuera una herramienta para un fin, se trata de intercambiar mis servicios por... bueno —una última sonrisa—, lo que sea que esté dispuesto a ofrecerme.
2015 En vano intentó seguir el rumbo de la mirada de Delastair. En cambio, resultó sumamente sencillo identificar la actual localización del reportero y la mujer que reía fascinada ante sus comentarios. Katia bufó. ¿Cómo podía aquel sujeto trabar amistades con tanta facilidad? Bueno, no podía decir que alguna vez hubiera visto a Périer en acción, pero si algo estaba claro era que poseía talento para agradarle a las personas. Al menos, cuando se lo proponía. Ahogándose en los celos que sentía por no poseer esa habilidad innata que Moncef exhibía sin tapujos, fue al encuentro de la feliz pareja. —Ya está, cariño —habló con dulzura cuando los alcanzó en la barra—. Ha sido suficiente interacción social por ahora. —Qué bien que llegas, Katia —Moncef la recibió con una sonrisa encantadora antes de volver a centrarse en la morena—. Ella es la amiga de quien te hablaba. Katia, ella es Alice. Trabaja para el... —Un gusto, corazón. Es todo un gusto —se adelantó la maquillista sin mucha paciencia—. Lamento mucho interrumpir esta conversación, pero hay un par de asuntos que reclaman la presencia de nuestro hombre aquí presente... Y sin decir más, lo llevó a rastras fuera de la escena. —¿Qué estás haciendo? —consiguió decir Périer en medio de su indignación. —Eso debería preguntarlo yo —repuso ella de buen humor—. Te envié por bebidas, no a hacer amistades, querido. —Trataba de conseguir detalles sobre la clase de lugar a la que tu amigo nos trajo —se excusó él con total naturalidad, encogiéndose de hombros—. Y algunos números, si es que había suerte, por qué no. —¿Números? ¿Números telefónicos? —sin parar de caminar, Alessandri soltó una carcajada fresca y contagiosa—. Estamos en el siglo XXI, Moncef. ¿Es que nunca oíste hablar de Facebook? —Te sorprendería la cantidad de mujeres que disfrutan con los clichés. —Como sea, puedes olvidarte de eso ahora. Nuestra cita misteriosa acaba de llegar. La afirmación consiguió que Moncef olvidase en apenas un segundo su anterior discusión. —¿Quién? ¿Dónde está? Katia puso los ojos en blanco. —Basta de preguntas, Don Juan. Solo sígueme.
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bachi
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Post by bachi on Jan 5, 2016 7:15:26 GMT
1890 Su delicadeza y candidez le quitaron un peso de encima. Quizás fuera que estaba al borde el abismo y cualquier gesto amable la hubiera podido desbordar como había hecho Méderic en ese momento, pero no lo sabía, porque Méd no sólo no había dado chances a esa otra posible mano amiga, sino que en realidad era la única presente. Por eso se derrumbó con tanta facilidad. Pero Julie nunca bajaba las barreras del todo, la experiencia le había enseñado la precaución, así que un sencillo aleteo de sus labios le avisó que las lágrimas estaban próximas, y esperando que su acompañante no hubiera notado ese momento de debilidad, se escondió en el único lugar que tenía ahora al alcance. La bailarina abrazó al barman, se aferró a él con la fuerza de un caído que encuentra en medio de la oscuridad la soga en el abismo, y empujó la mejilla mojada sobre su pecho. Retuvo el aliento para aguantar el estremecimiento que sabía se venía y cerró los ojos con fuerza, dejando que el cuerpo liberara los primeros pasos del llanto. Sus pies hábiles y profesionales no detuvieron en lento movimiento sobre la pista de baile en ningún momento, y cuando supo que estaba fuera de peligro, un suspiro suave y controlado liberó las tensiones de su cuerpo y se relajó: Era seda sobre los brazos de Méd. Se puso a pensar en todas las cosas que había hecho y las que le podría contar, y sin saberlo de la nada se puso a pensar en lo que sabía de Méd,, en lo que de cierta forma compartían. Y se encontró pensando en el lugar en el que trabajaban, en cómo era él, en la calma de sus agraciados pasos, su formalidad y caballerosidad desentonada, en la cordialidad con la que trataba en la barra a los demás como iguales, y no como lo que realmente eran: Una panda de borrachos verdes. ¿Qué habría podido llegado a ser de estar en otro lugar?, así Julie llegó a la irremediable conclusión de que en realidad sabía poco y nada. Y se encontró nuevamente preguntándose si podría expresarlo, pero no importaba poco acaso? Al fin y al cabo era Méderic. Tan sencillo como eso. No había dobles sentidos, juego, nadie más. Allí estaba ella, como compañera de baile, con un compañero al cual quería saber. Julie abrió grande los ojos y su color brilló entre los pardos y rojos fugaces de los vestidos. Se separó para mirarlo, comprendiendo algo. —Me gusta pensar que sabes mucho de mi y me consuela saber que no lo sabes todo. Además de que me da un toque de misterio —Le guiñó el ojo, una muestra pobre y lastimera de orgullo alicaído, pensó por un momento pero tampoco eso importó. Volvió a despertarse. Había interés en sus ojos, un anhelo sincero y neutral movido quizás por lo lejano que resultaba el escenario que los rodeaba, los envolvía en una charla íntima y cálida—. Pero si reflexiono al respecto me doy cuenta que no entiendo por qué estás aquí. Conmigo. Ahora. Méd, ¿qué hace alguien como tú en un lugar como éste? Fue la dura crudeza de la pregunta, la simpleza reflejada y encontrada en las palabras correctas lo que le hizo fruncir el ceño, no como ejemplo de reproche sino como de atención. Porque aquello que había comprendido era nada más y nada menos que no temía compartir sus más terribles dudas con ese sujeto.
Pierre no pudo evitar esbozar una sonrisa con ciertas expresiones claves que el brillante que tenía delante se atrevía a esgrimir, no contra él específicamente, pero sí para. —Antes que nada me gustaría aclarar que no tienes nada de especial, Teva —Jugaba con sus pulgares y mantenía los ojos ahí clavados donde tenía que tenerlos. Pierre podía aparentar ser todo lo gordo, fofo, idiota y revoltoso que quisiera, pero si algo sabía Charlie (y bien había hecho en advertírselo a su confidente ahora en batalla) era que todo se limitaba a eso: Un chispazo de apariencia superficial—. No puedes permitirte entrar aquí, ahora, en el despacho de cuyo dueño a duras penas conoces algo, con la autosuficiencia con la que actúas con Balthasar porque te diré, y espero que esto quede bien en claro desde ahora, aquí nadie actúa. Esto es trabajo. Tan burdo, escueto, frío y monótono como eso. La teatralidad —Señaló la puerta—, allí o en el cajón, señorita —Se detuvo y observó su reacción. Por supuesto que la estaba presionando, pero tal y como había advertido, no era una simple prueba. Estaba siendo entrevistada. De la manera más vil, cruel y despiadada posible, sí. Con un tono de voz que representaba autoridad, profesionalidad y orden (todo lo contrario al caos y despilfarre que podría llegar a aparentar el cabaret que apoyaba) a nivel irritante especial. —Sin embargo... Se puso de pie de improviso y, cruzando las manos detrás de la espalda, volvió al hoy arcaico reproductor de música, para observarla desde lo alto. Desde ahí, Pierre parecía ser lo que finalmente se veía en público. Era un oso. La cara idiota que el circo esperaba ver aparecer estaba allí, pero lo que olvidaba la mayor parte de la gente era que el oso, al fin y al cabo a pesar de su cara redonda, sosa e inocente, era una criatura de inmenso apetito, poder y despliegue. —Sin embargo —repitió aliviando la tensión de su tono, volviéndolo pedagógico y catedrático—, a pesar de tu evidente contradicción inicial al decir que eres una simple ficha movida por otro, imagen a la que luego impones suposiciones de carácter personal, atropellando hechos concretos a su paso, con la búsqueda de realzar tu estima suponiendo que yo te mandé a llamar porque lo eras, ¡al final eras esa joya en bruto!, ese giro triunfal de cuento de hada bobo... —Suspiró luego del discurso. Sonreía. Era el profesor desinteresado en demostrar el error coloquial de cálculo de su aprendiz— A pesar de eso y tu evidente intento por dejar bien parado o a un lado de la discusión el obrar de Laurent, o del despotricar rencorosas observaciones sobre tu jefe de trabajo a quien, debo recordarte, le debo mucho y a quien además aprecio a pesar de nuestras diferencias... A pesar de todo eso y la excelente actuación que me has brindado (por la cual podría haber aplaudido en un escenario), debo recordarte que no tienes nada especial, Teva. Era el momento donde debería haber estado el perdón fue otra puñalada más. Pero antes de que pudiera derrumbarse, Pierre no lo permitió. —Pero tienes huevos, Teva —Sonrió, indescifrable. Se tomó una pausa para que se recompusiera de ser necesario—. Tienes mas agallas de las que últimamente puedo jactarme de contar entre los míos —A este punto, había dado la vuelta al escritorio y se había ubicado justo frente a ella, para reposar su peso sobre el escritorio y cruzar las manos sobre el regazo—. Si vas a trabajar para mí, Teva (y espero que así sea), quiero que eso que antes dije quede en claro. Conozco a todos mis hombres, y a quienes no conozco, no son mis empleados. No quiero que actúes para mí, quiero que trabajes. A mí no tendrás que mentirme si te gusta o no Fulano porque es un descerebrado idiota y no sabe apilar cajas... A mí es a quien me lo dices. Conmigo es con quien eres honesto. Y nada más. Conmigo no jugarás a la muñequita de porcelana frágil porque vamos, no lo eres, tigresa. Que otros no lo hayan visto antes es solo muestra de poca visión. Demuéstrame que eres buena para hacer lo que haces e irás escalando. Tan simple y humano como eso. No quiero que me lustres los zapatos, que me adules y luego cotillees a mis espaldas —Enarcó las cejas—. Eso es de callejón. Eso quizá sea útil en el mundo del que venías, pero el mundo al que entrarás es distinto. Utiliza todos los conocimientos que creas útiles, aquí no juzgamos, pero el teatro no se junta con el papeleo. ¿Y sabes qué es lo que más me gusta de eso? —Miró por la ventana, de verdad plácido y a gusto—. Que el favoritismo no existe sino se gana, y que el esfuerzo, la lealtad y la dedicación valen por mil de lo que vale el solo hecho de tener talento. Pierre le sonrió como si nunca hubiera dicho lo que había dicho antes, con verdadero cariño y asintió, volviendo a su asiento para seguir con sus cosas. —Ah, sí. El pago, lo olvidaba —Le guiñó un ojo—. Dime qué quieres ser y tan sencillo como —chasqueó los dedos— lo serás, tigre.
2015 La pequeñita y nada extravagante Pei Guo sorbía con sus delicados y rojos labios de un sorbete un trago de aspecto caribeño. Sentada con las piernas cruzadas, pero apoyando un brazo sobre el respaldo del sillón y vuelta la vista al frente, o más bien al costado, donde en sus manos el enorme celular de pantalla táctil que sostenía con sorprendente habilidad parecía aún más grande; como decía, sentada así como estaba, con el cabello perfectamente liso estilo carré de la mitad a la izquierda de la cabeza y el resto rapado con un delicado diseño de rosas, sentada así... Parecía una muñeca de colección delicada. Era como si cada uno de los detalles escasos y sutiles estuviesen acomodados de forma perfecta para armonizar. Y Logan sabía como irrumpir en el Reino de las Hadas sin parecer un simple y corriente ser humano. —Dime qué diablos haces tomando esa porquería de azúcar azul, Zhinü. El método dio resultados. Del sobresalto, el rostro simétrico de Pei Guo viró violentamente hacia la voz que había reconocido pero que no había alineado con el rostro que tenía delante. En cuanto lo vio, la sarta de barbaridades dio paso a un risa bella y melodiosa, a duras penas contenida por una delicada que se tapaba la boca. Logan adoraba su estilo. Ella nunca dejaba de vivir para la moda y su estilo ni un solo minuto. —¡Delastair! —pronunció con una sorprendente fluidez de francés— No puedo creerlo, ¿qué haces aquí? Logan desestimó la bienvenida con una mueca y destapó el vino. Le quitó el trago y vertió su contenido en la maceta más cercana. —Vengo a rescatarte evidentemente, a mantener la integridad de tus órganos para que hagan juego con lo que llevas puesto afuera. Ahora hazme el favor y tómate eso, que salió caro y es la única muestra de mi verdadero aprecio que recibirás. Era evidente que Pei Guo ya lo conocía, porque negó lentamente con la cabeza y se limitó a hacerle caso. Cuando hubo acabado la mitad de la copa con sorbillos de pajarito, paladeó y lo miró con ojos de gato. —Ahora sí, mi Yi-Yin. No me mientas. Logan sonrió y suspiró. Mecánicamente sus movimientos cambiaron, se robustecieron, se esquematizaron y dejaron de ondear con tanta facilidad para hacerse más rectos. Desapareció toda la pomposidad y de repente la vestimenta del fotógrafo pareció, con un dibi dibi di dabi di du, sobria. Cuadró los hombros, descruzó las piernas y las mantuvo abiertas, pasó un brazo por el respaldo del sillón, se inclinó hacia ella y, mientras apoyaba la mano libre sobre la rodilla de la mujer, la miraba a los ojos. —No se te escapa nada —Su acento al finalizar la oración desapareció. Bajó el tono de voz, los timbres se ajustaron y se descubrió el melodioso ronroneo de un gato varonil. —No —Se encogió los hombros y subió y bajó las cejas—. Dudo que no hayas venido por otra dose de mon. El fotógrafo la miró por sobre los lentes. —Ni con una dosis tuya bastaría, bella Zhinü, pero me temo que mientras te prometo el baile, en cambio, deberé presentarte a unos amigos —Suspiró—. Lo sé, lo sé, no me mires así. Pero necesitan tú ayuda. —¿"Necesitan", Yi-Yin? —Pei Guo enarcó las cejas, divertida. Logan le guiñó un ojo. —Necesitamos, Zhinü, y desesperadamente —Miró alrededor, buscándolos, y se puso de pie en cuanto encontró a Katia arrastrando (lo mataría sino se comportaba) al bendito Perier junto a ella. Debía admitir que, entre medio del tumulto de gente que se comenzaba a apilar en la terraza, eran unos de los más elegantes—. Oh. Aquí están, Zhinü. Te presento a Katia Alessandri y Moncef Périer, única maquillista y reportero estelar de Etiqueta Negra —Se volvió a mirarla al presentarlos—. Queridos compañeros, colegas y amigos de trabajo. Ella es Pei Guo, o más conocida como Zhinü, diseñadora y amiga desde hace ya unos años. Pei Guo bajó, desnudó, tocó y manoseó con los ojos la postura, el maquillaje, la ropa, cartera, calzado, tela, confección, accesorios y cada detalle imprescindible de aquellos dos desconocidos con la voracidad de una mantis. Finalmente, luego de dos segundos que parecieron siglos, extendió la mano hacia ambos para estrecharlas con una sonrisa y señaló los respectivos asientos. Logan cerró mentalmente el puño en forma de triunfo y, disimuladamente, mientras ocupaba su lugar (y con ello su mano sobre la rodilla) junto a la diseñadora de 23 años más poderosa de China, les confirmó a sus dos acompañantes el pequeño logro con un asentimiento. —Todo amigo de Logan, puede ser mi amigo —Sonrió—. Me dijo que estaban desesperados por algo, pero yo estoy desesperada por bailar un poco. ¿Les parece si luego de ayudarlos, me acompañan a la pista? No me molestaría que me saque a bailar, monsieur Moncef Périer, sino le parezco muy atrevida. ¿Pronuncié bien su nombre? —Se rió, divertida, y se volvió a Katia—. Díganme: ¿en qué puedo ayudarlos?
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Milly
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Post by Milly on Jan 12, 2016 18:13:10 GMT
1890 El barman esbozó una sonrisa cálida y sincera, profundamente aliviado ante la imagen de esa Julie considerablemente recompuesta a causa de la curiosidad. —¿Que qué hago yo aquí? —dijo con tono divertido y juguetón, esforzándose por ser un compañero de baile digno para la joven—. Eso lo sabe todo el mundo, mi querida Lala: trabajo para pagar los daños de mi última borrachera en Molino Rojo —se encogió de hombros para recalcar la falta de importancia del asunto, y entonces dirigió a la bailarina una mirada intensa, enigmática en exceso para tratarse de alguien como Méd—. Qué razones me llevaron a aparecerme en el cabaret esa noche... —sonrió—. Ese... ese es el verdadero misterio. Y era cierto. Al desenfadado y alegre de Favre jamás se lo había visto vagar por las calles del Montmartre antes de su caótica primera aparición. ¿De dónde había venido entonces y por qué? El tiempo seguía pasando y nadie obtenía una respuesta lógica, porque cada vez que un mesero o bailarina se proponía indagar sobre el tema, Médéric siempre aclaraba las dudas con disparatadas historias. Los comensales habituales conocían algunas de memoria y disfrutaban cada vez que el barman las relataba, como aquella que hablaba de los asombrosos eventos que lo habían llevado a conocer a la mismísima Bella Otero, que lo habría persuadido de apostar su paga del mes en una casa de juegos con la promesa de pasar una noche con ella. La favorita era, sin embargo, aquella sobre las aventuras del barman con una mujer casada de la más pura aristocracia, cuyo romance habría sido descubierto en el momento menos oportuno por un orgulloso e influyente esposo que se aseguró de arruinar al incitador de la infidelidad. Podría haber contado cualquiera de esas descabelladas anécdotas a Lala, como había hecho tantas otras veces. Pero no ahora. En aquellas circunstancias, se sentía obligado a hablar con la verdad, necesitaba ser sincero. —Provengo de una familia que lleva un par de generaciones intentando ascender en la escala social —inició sin perder la sonrisa, desplazándose con disimulo con Julie hasta el pasadizo oculto detrás de su barra. No deseaba compartir esa historia con nadie más—. Eran mercaderes de buena situación, burgueses de pleno derecho, podría decirse. En mis manos recaía la importante responsabilidad de mantener el negocio a flote para asegurar el porvenir de las siguientes generaciones, tal como habían hecho mis padres antes de mí, y lo estaba haciendo bastante bien cuando heredé el negocio —De pronto, la sonrisa se convirtió en un gesto sombrío—. Pero cometí el error de enamorarme, o al menos, de enamorarme de la mujer equivocada —el simple hecho de recordarlo consiguió someterlo bajo una pesada carga de abatimiento. Sus movimientos fueron más torpes, su agarre a la bailarina más débil—. Cuando ya no tuve dinero para consentir sus caprichos, ella se marchó siguiendo a otro hombre. Siempre fui ciego e ignorante, Julie —agregó tras un breve silencio y una sonrisa triste—. La noche que llegué a Molino Rojo intentando olvidarme de su partida y de mi ruina económica, creí que yo había hecho algo mal. Fue hasta mucho después, cuando observé la dinámica de todos aquí en el cabaret, cuando entendí que ella me había usado. Eso es lo que hago yo en un lugar como este —dijo al final, encogiéndose de hombros y deteniéndose cuando finalmente atravesaron las cortinas. Observaba a la mujer sin ninguna expresión en particular, dispuesto a aceptar cualquier reacción posible.—. Pago el precio de mi ignorancia. Y aprendo lo que puedo para remediarlo.
Teva no había perdido de vista a LeCounce ni un solo momento. Su ojos pardos seguían cada movimiento, grandes y atentos a lo evidente tanto como a lo sutil, colmados de una curiosidad indescriptible. Había demostrado una sana cuota de temor a las reprimendas presentadas, pero en el fondo la muchacha se sentía más preocupada que cualquier otra cosa. Había sido sincera por completo, hasta la última fibra. Y que a pesar de ello Pierre considerase su personalidad como el resultado de una actuación, probablemente le traería problemas a futuro. Pero no podía hacer mucho. Teva era así de segura, así de juguetona y desinhibida cuando escaseaban los motivos para exasperarla. No cambiaría eso para agradar al hombre situado ante ella, y se aseguró de zanjar ese asunto de inmediato: —Tendrá que disculpar mi insistencia, Monsieur. Pero considero imprescindible superar este inconveniente cuanto antes si trabajaré para usted en adelante, y le aclaro desde ya que así lo haré —se levantó del asiento, quitándose la chaqueta prestada y extendiendo sus cortos y delgados brazos a cada lado de su cuerpo, para que LeCounce pudiera observarla con detenimiento—. Esto que ve es lo que soy, y es con lo que puedo trabajar. Pero el hecho de que pueda explotar mi apariencia frágil e inocente no significa que pueda suprimirla, espero que lo entienda. Míreme y reconozca a la chiquilla de dieciséis que aparento ser sin siquiera pretenderlo. Si quiere ver a la verdadera Teva, puede concentrarse en mis ojos, o atender a mis palabras. No es mucho lo que puedo hacer por mis gestos y mi apariencia —sonrió sin una pizca de timidez, todavía dulce en sus rasgos—. No tardará en entender cuán honesta he sido con usted esta noche, y lo honesta que seguiré siendo en adelante, aunque no lo parezca. Usted mismo lo ha dicho: cuenta con la visión que al resto le hace falta. Las diferencias entre mi personaje y mi verdadero yo que ahora puedan parecerle sutiles, pronto le resultarán grotescas. Sospechaba que la aclaración no tornaría las cosas muy a su favor, pero Teva estaba obligada a adjudicarse el atrevimiento en favor a un adecuado clima laboral en lo futuro. Era esa la única tranca que podría detenerla. Porque de esfuerzo, dedicación y todas esas cosas... Attia sabía. —Sobre lo que quiero ser, no hace falta acordar nada específico, señor —ligera y fluida, volvió a tomar asiento—. Que me conceda la posibilidad de ascender escalones es lo único que necesito. Como casi todo el mundo, crecí tropezando con limitaciones a cada paso. Romper la rutina y que por una vez el camino se vea despejado será suficiente para mí. Soy ambiciosa, pero no pido demasiado si puedo valerme de mis propios medios —rió, extendiendo una enérgica mano hacia el hombretón—. Entonces, ¿cerramos el trato? LeCounce tenía mucha razón al decir que Teva no tenía nada de especial. De haberlo tenido, no habría tardado tantos años en conseguir un lugar de bailarina, ni se habría visto obligada a luchar contra el hambre con tanta vehemencia. No, Teva Attia no era especial en absoluto. Pero lo sería.
2015 Moncef observó a Pei Guo con atención, devolviendo con apenas algo más de disimulo la mirada evaluadora que la mujer hubiera ofrecido en primer lugar. Su atención, sin embargo, iba casi por completo dirigida a Katia de pie a su lado. Aquella joven y menuda maquillista jamás había sido muy hábil en el arte de ocultar sus sentimientos; sus ojos eran una impecable vitrina a su caótica y resentida alma. Lo que veía en ellos ahora lo divertía enormemente: la fascinación muda dedicada a la diseñadora que aún los observaba, en abierto conflicto con el deseo de aparentar un sano desinterés ante la presentación. Y cuando Alessandri lo miró directamente, vio la desesperada súplica que lo convidaba a comportarse. También había visto algo de eso en los gestos involuntarios de Delastair, inesperadamente varoniles. Pero que ambos temieran por él solo daba cuenta de lo poco que conocían a Périer, o al menos, al Périer en terreno que no solía hacer acto de presencia dentro de los muros de cristal de Molino Rojo. —Si yo no le parezco demasiado descoordinado, usted no me parecerá para nada atrevida, señorita Pei Guo —Moncef sonrió como un amigo, estrechando suavemente la mano de la diseñadora—. Y lo ha pronunciado perfectamente, en efecto. Acaba de lograr que reconsidere si yo mismo soy realmente francés. Acercó un par de sillones e invitó a Katia a tomar asiento frente a la pareja, disfrutando de cada segundo que la maquillista se tomaba para recomponerse, todavía mirando al reportero con abierto desconcierto. La pregunta de la joven asiática pareció al fin devolverla a la realidad. —No te quitaremos demasiado tiempo —prometió ella con una sonrisa insuperablemente dulce—. Logan nos ha dado a entender que conoces a Jean-Claude Rambaud de algo. —Por trabajo, probablemente —aportó Moncef con un ligero asentimiento—. Pero no lo sabemos a ciencia cierta. A veces su amigo es increíblemente reservado, señorita Pei Guo, pero parece una decisión acertada cuando se trata de respetar la privacidad ajena —se acomodó un poco más en su asiento, dando paso a un breve y respetuoso silencio que respaldaba su anterior afirmación. Cuando retomó la palabra, se inclinó ligeramente hacia la diseñadora y el fotógrafo—. Nos gustaría oír cualquier anécdota que esté dispuesta a compartir con nosotros sobre su trato con el joven en cuestión.
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bachi
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Post by bachi on Jan 18, 2016 22:37:03 GMT
1890 En el escondite detrás de la barra, Julie había tomado asiento en el suelo y se abrazaba las rodillas mientras lo escuchaba seguir con el relato. En ningún momento había demostrado signo alguno de lástima porque, a decir verdad, ya no era necesaria. El hecho de que Méd se hubiera decidido finalmente a soltarle la lengua a la verdad, una noche como aquella, meritaba a mucho más que una simple mueca de piedad. La sonrisa, por ello, le salió con natural candidez. —Creo... —dijo tras considerar que era propicio romper con la delicada capa de silencio que se había acostado sobre ellos— que estás aprendiendo bien. No sé si te servirá de consuelo, pero así es. Hoy lo estás demostrando —Ladeó la cabeza—. No con las mejores decisiones, por supuesto, pero creo que por lo menos ahora tienes los ojos, lo que se dice, bien abiertos. Y en cuanto a la historia que hay detrás de la historia —Julie movió los pies y se encogió de hombros, hasta allí solo llegaba el eco del ruido—, podría haber sido peor, ¿sabes? Todo aquello podría haber tenido un desencadenante mucho peor que el amor, y yo creo, y no te atrevas a llamarme ingenua, Favre —Lo acusó rápida con el dedo y la diversión bailándole en la seriedad que intentaba mantener—; creo que es una de las mejores razones que se puede tener para haberlo intento, haberlo perdido todo y volver a empezar. Se dedicó a observarlo un rato y al final tomó la mano entre las suyas. —¿No te quedó familia, Méd? ¿Nadie a quien volver a visitar en Navidad? ¿Nadie por quien valga la pena comerse los miles de perdones? Julie siempre había demostrado ser mejor para resolver los conflictos ajenos que los propios. Hubiera sido propicio que supiera o pudiera emplear esa misma astucia sentimental en el plano personal, pero para sus adentros iba con paso torpe como un ciego sin bastón. ¿Qué sabía ella de familia, qué sabía ella de perdón y mucho menos de amor? No sabía decirlo. Pero ahí estaba intentando averiguarlo.
Pero aquello era justamente lo que Pierre quería oír, y si por algún momento Teva había temido, de ahora en más quedaría el agasajo. Los que tienen fuerza para reafirmar lo dicho, aún cuando ha sido tachado de antemano, eran personas a las que el hombre, con quien estaba estrechando la mano en ese preciso momento, consideraba en alta estima. Cuando LeCounce le soltó la mano en silencio pero con una gran sonrisa, recuperando su asiento detrás del preciado escritorio de trabajo, parecía que al final dicha reunión había terminado. Sin embargo, justo en el preciso momento en el que la pequeña mujer pudiese acercarse a la puerta, Pierre detendría el rasgar de su pluma una vez más. —Todo aquello cuanto puedas decirme por medio de Laurent, hazlo sin dudar. Pero no temas en comunicarte directamente conmigo cuando lo consideres un tema personal y altamente confidencial. Él te guiará a mí, será nuestro puente de comunicación, pero no siempre deberá ser el mensajero. Ten en cuenta esto en un futuro, Teva —separó la vista de sus papeles y la miró—. Celebramos reuniones una vez al mes con exigencia, las demás surgen en el momento. Todas en distintos lugares, distintos días y, en lo posible, con las mismas personas. Pronto te enterarás. Ah, y recuerda: Siempre que te pregunten, tu respóndeles que el mono aplaude y baila. Ahora puedes irte. Sin darle más explicaciones al respecto, la echó con un ademán. Encontraría a Charlie ayudando a subir y pasándose cajones entre los hombres para depositarlos en el gran camión que dos de los hombres habían puesto en marcha. Se había arremangado la camisa y quitado la corbata, que había dejado en el cuello de uno de los perros que se había levantado a olfatear. En cuanto se abriera la puerta, el atento oído de Durand le haría volver la cabeza a la oficina del jefe para saludar con una sonrisa a aquella que saliera al frío del exterior.
2015 Las alabanzas de Moncef causaron el efecto deseado. Logan lo miró hacer y deshacerse en miles de maravillas mientras una jovial Pei Guo se reía disimuladamente vergonzosa de aquellos inesperados halagos. Cuando Katia tomó la palabra, tanto el fotógrafo como la diseñadora se volvieron a ella. Una mantenía la mirada advenediza, a la expectativa, mientras intentaba descifrar el fluido francés con la atención de una buena aprendiz. En tanto el otro sonreía. No había captado en un principio la calma autoimpuesta con la que Alessandri ahora se bañaba, pero debía admitir que la mujer de todas formas se lucía en sus formas casi, casi tanto como Moncef. Sin embargo las risas acabaron cuando se pronunció el nombre en cuestión y, la joven muchacha, lanzándole una mirada algo fastidiada a Logan, rápidamente se llevó la copa de vino a los labios antes de dar un trago largo, inusitado para una persona de su pequeña contextura. Las palabras acariciadas en el paladar del periodista volvieron a traerla, sutil y delicadamente a la conversación, apartando la renuncia que en un momento había parecido irrecuperable. Pero Logan la conocía. Y sabía que el vino la haría caer. Así que con un disimulado gesto de la mano, le indicó a Katia que todo seguía en orden, mientras dejaban que la magia del elegante sujeto que los acompañaba hiciera lo suyo. —Pues sí —asintió al final, mirando su celular sin soltar la copa con la otra mano. Logan pudo observar que se fijaba en la hora—. Por trabajo me he cruzado con Jean-Claude Rambaud. Lamentablemente —Agregó algo más en un rápido e indescifrable chino y puso los ojos en blanco. Logan se rió y eso al parecer le hizo recuperar la dulce sonrisa a la señorita. Le pellizcó la mejilla como si tuviera a un dulce conejito a su lado y no a un hombre, y se volvió al otro. Aprovechando las distancias, ella también se inclinó, satisfecha de la atención que recibía, y miró a ambos interlocutores con avidez reavivada: La ponzoña de una mujer que está a punto de soltar con lengua viperina los más terribles secretos—. Trabajé con él meses antes de que se ocultara en el anonimato, en un desfile en Hong Kong por la inauguración de un nuevo edificio de oficinas de Toshiba. Era importante. El gobierno japonés y el gobierno chino permitiendo el intercambio. Y nos pidieron hacer grandes cosas. Rambaud tenía nombre y lo contrató el organizador del desfile porque las hijas de uno de los políticos que asistían al evento querían conocerlo. Me tocó vestirlo a mí —Hizo una pausa esperada para remarcar la importancia de aquello y asintió, suficiente—. Serían cuatro modelos solamente. Solamente cuatro y sus respectivos diseñadores. Rambaud antes de aceptar el contrato había aceptado de antemano el trabajo conmigo, es decir, ya conocía lo que yo hacía. No obligaríamos a ningún modelo a no utilizar cosas que no le... "supieran" Sus bellos gestos se contrajeron en una irritada expresión de frustración y odio reprimido. Bebió otro largo trago y se hizo una pausa que, ésta vez, la joven no había hecho a propósito. —Se creyó durante mucho tiempo que era gay, ¿saben? Pero no. Eso sólo fue así porque mantuvo bien guardadas sus... Sus... ¿Cómo se dice, Yi-Yin? —Le dijo la palabra en chino y Logan asintió. —Ah. "Predilecciones", Zhün. —Eso. Predilecciones: Porque a Rambaud le gustan maduras, exitosas y letales —Se rió, cruel— ¡Vaya sorpresa se llevaron todos, sobre todos esas niñitas harpías hijas del cónsul, al encontrarlo con la madre! Pero eso no importa ahora... Eso no quita sin embargo que no haya tenido ciertos deslices, inclinaciones. No sé si me estoy explicando. Ya saben cómo es esto del modelaje elite. Los gustos se vuelven volátiles, los límites se hacen difusos. —La pregunta pasa de ser "¿qué le gusta a una chica? ¿Qué le gusta a un chico?" a más bien qué le gusta al ser humano —Logan tomó brevemente la palabra, sin quitarle el ojo de encima. Pei Guo le sonrió. —Exactamente. Y Rambaud es como un ángel caído del cielo, ya ven, no le faltaron ganas de experimentar en la tierra. Para cuando volvieran a subir al auto de Moncef, éste ya habría sacado a bailar a Pei Guo un par de piezas. Habían dejado a la diseñadora con la alegría del vapor del alcohol flotando en la cabeza, pero Logan esperaba que todos guardasen la misma imagen que él se había llevado a lo último: Esa mirada taimada que reclamaba revancha. —Por desgracia la pobrecita no conservaba ninguna foto —comentó Logan, tras cerrar la puerta al pasar—. Sin embargo, nuestro honorable capellán aquí presente había dicho que no quería nada de "esos trabajos sucios", así que supongo que no importa —Se encogió de hombros y tomó el celular. Sonrió—. Pei Guo quiere tú número, Moncef. ¿Se lo doy? A cambio puedo pedirle que me pase links de viejas notas de periódicos on-line de chimentos chinos. Estoy seguro de haber leído algo ahí. En fin, ¿continuamos a La Perle, les parece? Conseguimos una bella introducción sobre los gustos de Rambaud: Mientras mas experiencia, más delicado y delicioso el trabajo. Pero eso solo en cuanto a gustos. Lo que la tierna de Pei Guo no les contó es que ella quiso quedárselo para sí, obviamente, y él la rechazó. A ella y a sus diseños, por supuesto. A último momento. Por eso le tiene tan poco... aprecio. Pero como decía, eso sólo ha sido la introducción. La presentación de un posible y futuro contacto útil. Nos queda la parte más fría suya, la del empresario emprendedor asesino de sueños —arrebató el final con dramático gusto.
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Milly
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Post by Milly on Jan 19, 2016 18:48:54 GMT
1890 El barman se encogió de hombros. —Tengo una hermana —habló con expresión taciturna, todavía dándole vueltas al punto de vista expresado por su acompañante—. Pero se marchó hace años a Inglaterra con su propia familia. Nunca se interesó por aportar al negocio familiar, de hecho, cuando nuestros padres murieron, vendió su parte y no volvió a mirar atrás —a su pesar, Méd soltó un involuntario suspiro—. Creo que, de algún modo, cuando me casé ella ya intuía lo que me deparaba el futuro. No sé cómo lo hacen, pero ustedes las mujeres tienen un sexto sentido para percibir la naturaleza de las personas, es escalofriante —se obligó a sonreír—. Ella trató de advertirme, y eso no hizo más que empeorar nuestra relación. No. No merecería su perdón ni aunque ella estuviera dispuesta a concedérmelo. Desvió la mirada a la nada, luchando contra el dolor propio de los recuerdos, de la nostalgia, de nombres y sentimientos que prefería no traer de vuelta a la memoria. Rememorar el pasado siempre era una experiencia tormentosa para Médéric, sin embargo, el haberlo hecho en voz alta esta vez y compartirlo con alguien más, hacía que todo resultara menos terrible. Era incluso liberador, pero no dejaba de ser extraño. Cuando volvió a enfrentar la mirada de Julie, volvía a exhibir la sonrisa cálida y risueña de siempre. —Como sea, ya es parte del pasado —sin apartar la mano que la bailarina sostenía entre las suyas, dobló las piernas para observarla desde su misma altura al nivel del suelo—. Espero que las desventuras de un hombre enamorado hayan servido para levantarte un poco el ánimo, querida Lala. Está de más que lo diga, pero agradecería que no compartieras una sola palabra de esto con nadie, ni siquiera con... Angie —cuando pronunció el nombre, su rostro volvió a someterse bajo la sombra de la preocupación, recordando su inexplicable ausencia. Por eso sus últimas palabras sonarían tan apagadas como su expresión—. Me gusta inventar historias.
No tardó en encontrar a su guía con una rápida barrida al lugar, y caminó hacia donde se encontraba con la curiosidad de una niña brillando en sus ojos claros. —He de suponer —inició, sin dejar de mirar con atención las cajas y la monstruosa máquina en que eran apiladas, con aquel monstruoso sonido que se asemejaba al rugido de una bestia— que aún no quieres tu chaqueta de vuelta —sonrió, ahora sí permitiéndose con total libertad cambiar el 'usted' por un trato más horizontal, pues el hombre que la observaba había pasado de ser el depredador a convertirse en… ¿cómo lo había llamado LeCounce? ‘El puente de comunicación’. Antes de la llegada de cualquier respuesta, se arrebujó aún más entre los pliegues de la prenda y se entretuvo acariciando al perro que supervisaba las obras. —¿Nos vamos? —la consulta fue simplemente eso, el educado planteamiento de una duda.
2015 —Es un intercambio justo —accedió Moncef a la pregunta alusiva a su número, mirando de reojo a Katia con una sonrisa demasiado pagada de sí misma para el gusto de la joven. «¿No te lo dije?», parecían recitar esos dientes perfectos, los labios curvados con la exquisita delicadeza empleada con la diseñadora minutos atrás. La maquillista fingió ignorarlo, cruzando los brazos y fijando la mirada al frente. —Ese sujeto me agrada cada vez menos —bufó de repentino mal humor, sus delgados labios fruncidos en una mueca terrible—. Un simple modelo, de la categoría que sea, no debería tener derecho de comportarse como él lo hace. ¡Rechazar a Pei Guo y su arte, nada menos! ¡A una diosa de la moda! —tuvo que inspirar una profunda bocanada de aire para lograr controlarse a tiempo. Para cuando volvió el rostro hacia el fotógrafo apretujado a su lado, volvía a sonreír como un ángel—. Pero tú, Logan… has estado verdaderamente fantástico —lo rodeó con sus brazos, en caso de que intentara escapar del alegre beso que ella fue a depositar sobre su mejilla—. De hecho, los dos estuvieron increíbles. Prometo que la próxima vez disimularé mejor mi sorpresa a sus galanteos. Poco después el elegante Porsche estacionaba en La Perle. —No quiero dar a entender que nuestro encuentro con tu amiga no ha sido valioso —dijo Moncef a Delastair cuando se hubieron bajado del auto, estirando las prácticamente invisibles arrugas de su traje—. Pero esta parada se me antoja particularmente interesante.
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bachi
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Post by bachi on Jan 25, 2016 8:13:53 GMT
((Acá viene algo divertido 8 DD))
1890 No, no hacía falta que Méd se lo dijera, pero nunca estaba de más, tuvo que reconocer Julie. Podía ver perfectamente a qué se refería con eso del sexto sentido femenino, ¿cómo sino, hacía ella en ese preciso momento, en ese ahora tan eterno, para lograr ver a través de él como un cuerpo desnudo y desentrañarle en la mirada todo lo que pesaban esas palabras, esas confesiones dichas y hechas? Julie atesoró y atesoraría hasta el final de sus días aquel momento como uno de los más bellos que había vivido, no por lo feliz, no por lo memorable, sino por la pureza y lo simple que parecía haber en el hecho de dos almas desgastadas abriéndose las heridas al otro para observarlas en silencio. Sin emitir juicio, sin nada más que las palabras que habían sido dichas. La mención de Angie la trajo de sopetón a una realidad de la que creía que había escapado y por un momento volvió a temer y se aferró a sus rodillas con uñas, soltándole la mano al barman con una infantil renuncia. Pero Méd no había terminado, y allí estaba sin saberlo, de nuevo al rescate. Logró sonreír. —Descuida. Se te nota eso de las historias. Es muy divertido, ¿sabes? Creo que de verdad podrías dedicarte —Se cayó de improviso, como si algo hubiera cruzado fugazmente su mente. Lo demostró la frustración terca con la que se frunciría su ceño al fijar la vista en la pared del frente—. Hablando de historias —comenzó seria, cautelosa— y de tu exitosa posibilidad como un escritor estrella —soltó irónica para mermar con nerviosismo lo siguiente que vendría—… Pues, nada —Se encogió de hombros y se puso a jugar con su cabello, indecisa—. Pensé que como tú me habías compartido un secreto, yo podía hacer lo mismo. Aunque no es un secreto secreto —Julie trastabillaba en terreno desconocido—. Creo que todo el mundo debe saberlo. Supongo. No sé… —Tanta indecisión la mató tan lentamente que al final no pudo menos que estallar y soltarlo todo de improviso—. Loquequeríadecirteerasipodríasenseñarmealeerbien. Cuando se dio cuenta de que no era posible humanamente entender lo dicho se rió, negando con la cabeza. Suspiró, se calmó y clavó sus ojos azules en los de Favre. —No sé escribir. En realidad, se, pero lo básico. Leo pésimo. Me gustaría saber hacerlo. ¿Crees que podrías enseñarme? No tienes que preocuparte por tus tiempos libres —se apresuró a agregar—. Tengo dinero ahorrado, no pensaba sobreexplotarte. De todas formas pensaba pagarme lecciones privadas pero… Nunca terminaba de decidirme —Nunca admitiría que era la vergüenza. Pero él, hombre de letras para unos ojos tan inexpertos en ese tema, le entendería— ¿Qué dice, señor Favre? ¿Un favor por otro favor? —Le guiñó el ojo, juguetona, antes de romper en una risita de confianza.
Charlie nunca podría saborear como una victoria personal la frescura con la que la pequeña muñequita de porcelana había salido de la guarida del oso, tan agraciada, tan victoriosa y reluciente que había pasado de ser muñequita a una femme fatale. Al principio, entre bromas y ese sutil pero directo lenguaje masculino se había entablado entre los presentes una enredada charla sobre los extraños gustos recién adquiridos del “loco Charlie”. ¿Cómo era que había pasado de una hermosidad despampanante, envuelta en fuego, a una criatura tan sobria, frágil e insípida? La realidad era, había contestado el sabedor, es que en un primer principio la pelirroja no le estaba dando ni la hora últimamente. En un segundo principio, no conocían a Teva. Oh, habían exclamado los otros, ¡ahora le dice Teva! Ya tiene nombre. Ya es oficial entonces, abuchearon. Pues bien. Ya era oficial para todos ahora. Mientras Charlie se le acercaba para darle unas palmaditas compartidas al can que al parecer no quería devolver su corbata, él comprendió que no había sido el único en observar la liquidez con la que Teva parecía haberse desenvuelto con el Jefe. El silencio bobo y las risas bajas, tímidas y nerviosas lo decían. Él sabía interpretar a sus muchachos. Por supuesto que ellos no darían muestra alguna de respeto. Faltaba para eso. De momento, el mudo recibimiento era una muy grata señal. Se quedó un rato observándola en silencio, con una sonrisa divertida y encantada antes de responder. —Puedes quedarte el abrigo —Se le acercó para susurrarle al oído—. Tengo más de donde vino ese —Nunca aclararía si había sido invitación o no. El rugido del camión no dio tiempo a eso. Mientras cuatro hombres se trepaban a la parte trasera del coche para resguardar la mercancía, el conductor tocó el claxon. —¡¿Vienen, jefesito?! ¿O piensan helarse ahí? Sin responder, se acercó al camión caminando hacia atrás para invitar a la bailarina a seguirlo y abrió la puerta. Era alto para ella, se tomaría con gusto las siguientes molestias. Una vez pudo tenerla cerca, la sujetó de la cintura y la ayudó a subir. El asiento único la induciría a acercarse más al conductor, pero Charlie apareció a último segundo del otro lado, mientras el sujeto corría a abrir los portones para dejar salir al monstruo de cuatro ruedas. El conductor subió, viró con habilidad el volante y salieron. —¿A dónde, Charlie? —Déjanos en la esquina de Molino Rojo, Peeve. Teva tiene que volver —contestó sin dudarlo. Una promesa, había sido una promesa después de todo, y Laurent Durand había dicho que la llevaría de vuelta.
2015 Logan rió entre dientes con malicia, distraído como estaba con el celular, mientras pasaba el número de su compañero. —Si quieres, Katia querido bombón mío, le paso también tu número a Pei. Estoy seguro que no le molestará —contestó, divertido, ante sus despilfarrados elogios. Sin embargo la sonrisa se borró cuando se vio envuelto, atrapado como sardina, entre los poderosos y pequeños brazos de la maquillista. El beso fue imparable, y como si fuera un niño de 8 años que detesta saludar, Logan hizo una mueca que le hubiera robado una carcajada a cualquiera. Se recompuso rápido, tras un suspiro dramático para instarse a la calma y se pasó una mano por el cabello luego de guardar el celular. —A decir verdad, estuvimos geniales los tres. Tu actitud fue justo lo que esperaba. Pei Guo ama que la adulen las mujeres bonitas y poderosas. Pei Guo ama a un par de hombres elegantes siendo serviles. Qué se yo. Está un poco chiflada pero, sí, cuando dices la verdad, dices la verdad, reina: Es una genia del diseño y a eso no hay con qué rebatirlo. Una vez abajo junto a los otros dos Mosqueteros, Logan se desabrochó el primer botón de la camisa y suspiró, enarcando una ceja para mirar a Moncef en tanto enarbolaba una lenta sonrisa de Cheshire. —Déjame adivinar, ¿te sientes un poco identificado con la parte de “empresario-emprendedor-asesino-de-sueños”? ¿O es simple y llana curiosidad hacia la competencia? —Logan soltó una fría carcajada, justo y cuando los atrapó a los dos por los codos, situándose en el medio—. Bien, antes de entrar aquí les quiero advertir que hay dos posibles personas con quienes nos podemos encontrar en La Perle. Una de ellas, es una despreciable mosca rastrera. El otro, uno de mis más secretos enemigos. Pero él no lo sabe. Es simplemente que es tan condenadamente —Frunció los labios y arrugó la nariz al mismo tiempo que levantaba la barbilla— vulgar que me resulta detestable a la vista. Pero me sacrificaré por ustedes. Por mí. Y por Francia. Y que viva la Revolución! —aclamó, con tanta fuerza, que un par de personas alrededor aplaudieron respondiendo al hito patriótico. Y así sin más, Logan los arrastró dentro del siguiente nivel del Inframundo de Dante. Unos ventanales amplios dejaban ver tras una vista panorámica del lugar que por las tardes ese bar funcionaba a la perfección como un típico y clásico café de París. A la noche sufría la metamorfosis, y como toda perla digna de las profundidades del océano, los recurrentes de aquellas cavidades cavernosas presentaban ante el espectador la más vívida de las experiencias psicodélicas: Las vestimentas pasaban del simple y llano escritor de cine beatnik que fumaba en el exterior, a unas crestas punks de rosa chillón que danzaban en el medio de la pista, allá, mucho más adentro, donde un DJ movía la cabeza en medio de unas curiosas y extrañas lámparas que parecían medusas. Esta vez no tuvieron problemas para pasar. El problema fue adentro, donde una densa capa de humo de cigarrillo vertiente de la entrada principal se filtraba y mezclaba con la del sector fumador. Las edades más variopintas desfilaban ante los ojos de los tres, yendo del exceso de ropa exagerado, a la más mínima muestra de prenda posible. Pero Logan los guió lejos de una juvenil atrocidad de la noche, y los internó en un sector donde la electrónica sonaba más baja. En una esquina, escoltado por una mujer alta, de piernas de modelo con ascendencia africana, de cabello corto y voluminosos rulos, sumada a una rubia de traje blanco, varonil, labios pintados de negro y cabello engominado hacia atrás… Entre medio de esas dos mujeres letales que más parecían matones a juzgar por sus frías miradas a pesar de sus esbeltas figuras, había un sujeto que parecía la viva imagen de Ace Ventura, reclinado sobre la barra, comiendo maní. Logan hizo la tercera mueca de la noche y los detuvo justo a tiempo, obligándolos a juntar cabezas. —Bien. Es mi archienemigo me temo. Esta vez no puedo acercarme yo primero. Ya me conocen —Los miró fijamente a uno y a otro—. Esta vez cuento con ustedes: A no ser que le quiten a las chicas de encima, no podré acercarme a hablarle. Katia, lo siento mi reina pero tendrás que filtrearte a una de las chicas —En seguida se volvió al reportero—. A no ser que creas que puedes con las dos…
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Milly
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Post by Milly on Jan 26, 2016 21:52:02 GMT
1890 Al principio se sintió culpable. Sacar a flote su pasado no había perseguido un fin distinto al de aliviar un poco la carga que Julie parecía soportar en silencio. No se le había ocurrido esperar nada a cambio, sin embargo, ahí estaba la joven y despierta bailarina, obligándose a confesar algo que parecía preferir mantener en secreto. De buena gana Méd la habría animado a no decir nada, pero después de la culpa, el conflicto personal de su acompañante abrió paso a la insoportable curiosidad. Así que aguardó, expectante... hasta que finalmente ella se dio a entender. El barman sonrió con esa sencillez tan suya, tan paternal. —Estaré encantado de ayudarla, señorita Odair —tomó la diestra de la mujer para depositar un ligero beso en el dorso de su mano. Acto seguido retrocedió, no sin antes acomodarle el cabello detrás de las orejas—. Pero no quiero oír nada de dinero, por Dios. Tú misma lo dijiste: un favor por otro favor. Así vamos a estar a mano al fin. Si puedes soportar esa condición, y estoy seguro de que puedes, iniciaremos las lecciones mañana mismo... —Echó un vistazo a su reloj—. Más bien, empezaremos hoy. Después del mediodía, en el lugar que prefieras —Sin darse cuenta siquiera, se detuvo a estudiarla en detalle, y al final rió divertido—. Vas a aprender muy rápido Lala. Y entonces serás mil veces más peligrosa —se incorporó—. Ahora debería volver a mi barra, asegurarme de que todo está en orden... —De pronto se sintió inquieto. Delegar el cuidado de su territorio, de su amada barra, traía siempre consigo una desagradable sensación de incomodidad que no podía sacarse de encima hasta asegurarse de que esos descuidados meseros no habían matado a algún comensal con mezclas extrañas.
Esas palabras susurradas al oído la encontraron desprevenida. Había dado por hecho que el juego acabaría ahí, tan pronto como la fase de cacería hubiera demostrado ser exitosa, pero las atenciones de su guía parecían decir algo completamente distinto. Era desconcertante. No dejó de observar a Durand con interés hasta que se acomodó en el asiento del copiloto, esforzándose por encontrar alguna motivación secreta que hubiera pasado por alto antes y que diera algo más de sentido a las circunstancias presentes. No lo consiguió. Así que prefirió dejarlo de momento. ¿Por qué no iba a disfrutar de la partida si podía permitirse el lujo de jugar un poco más? Lo importante era no bajar la guardia. Porque, como venía repitiéndose desde la noche anterior, a eso se reducía todo, a un juego. Teva Attia no tenía nada de especial. Cruzó las piernas, elegante y relajada, rozando por accidente la de Charlie como si de pronto hubiera olvidado el espacio nulo que los separaba. Pero la muchacha era plenamente consciente de las distancias. Y a pesar de ello, se tomó la molestia de recargarse un poco más contra su compañero de asiento; ella era pequeña y no ocupaba mucho lugar, pero no tenía intención de interferir con las maniobras del conductor y ese gigante aro que daba vuelta con las manos. —El día que vi el transporte del señor LeCounce, ya sabe —dijo al conductor, todavía acurrucada contra Durand como si fuera poco más que un mueble. Todo era parte del juego—, ese extraño vehículo que conduce él mismo, pensé que guiarlo por las calles era toda una hazaña. Pero viendo esta máquina... —el tal Peeve fue obsequiado con una sonrisa de genuina admiración y respeto—. ¡Esto debe ser muchísimo más difícil! No sabía si el sujeto iría a contestarle, después de todo, conducir esa mole debía requerir una buena cuota de concentración en el camino. Pero no se diría que la jovencita no había intentado congeniar con los muchachos. El camino hasta Molino Rojo era corto, debía hacer rendir su tiempo.
2015 Moncef recibió las últimas palabras de Logan como un desafío, sin embargo, no contestó de inmediato. Sabía que podía, no obstante sus ojos seguían desplazándose del tipo a sus guardaespaldas, de ellas a Logan y Katia, y otra vez al sujeto, y a las dos mujeres... el debate interno bailoteaba despiadado en sus ojos hasta que, por fin, se concentró por completo en Katia. —Tienes que ir tú —se lamentó, como si hubiera decidido entregarle su propia vida. —¿Por qué yo? —a juzgar por la forma en que ella frunció el ceño, no se sentía en absoluto halagada por la carga entregada. —No quiero perderme un solo detalle de lo que este sujeto vaya a decir. Y desde luego no por los motivos que Delastair dejó entrever hace un rato—contestó muy serio—. Si me dedico a distraerlas, corro el riesgo de perderme algo. Además —sus dientes brillaron con una sonrisa maligna—, quiero ver cómo lo haces, Alessandri. Siento mucha curiosidad. La maquillista entornó los ojos. —Lamento decepcionarte, Moncef, querido... pero no necesito flirtear con ellas para llamar su atención. Son chicas. Se encogió de hombros como si eso explicara todo, dio media vuelta, y avanzó con aplomo hacia las mujeres y sus miradas de acero. —Disculpa, cariño... —Katia fue a por la rubia—. Estaba del otro lado y no pude evitar darme cuenta... —señaló su rostro—. ¡Tu maquillaje es excelente! La intensidad de ese negro, su textura... y la sutileza de los colores en los párpados... es una combinación sublime, exquisita. Tienes que decirme quién te maquilló, ¿o lo has hecho tú? ¿Qué sombras utilizas? —antes de que su desconcertada interlocutora pudiera contestar, la pequeña mujer atacó de nuevo, aprovechando que había llamado también la atención de su compañera. La observó con ojo crítico—. Y me parece que tú no te estás sacando suficiente partido, ¿no crees? —buscó el apoyo en la rubia. Luego abrió su diminuto bolso de mano—. No van a creerme, pero traigo aquí un par de cosas que pueden sernos útiles. Nunca se sabe cuándo unos lápices y un buen labial pueden sacarla a uno de apuro, ¿verdad? —de sus labios escapó una risita suave—. Compartiré con ustedes un par de secretos de belleza si ustedes me prometen compartir los suyos, ¿qué dicen? ¡Ah, miren! La fijación de este labial es asombrosa y además... En menos de dos minutos, se había sumergido en una compleja charla sobre productos de cosmética. Incluso había regalado a la morena un estilizado brillo con un gentil 'Este es perfecto para ti'. Cuando les enseñó una de sus sombras favoritas, miró a los pacientes Logan y Moncef.
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bachi
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Post by bachi on Jan 28, 2016 0:51:59 GMT
1890 Julie se rió con ganas por el halago, los gestos considerados y caballerosos y, ante todo, por verlo un poco más contento y "Méd" que antes, como siempre. Pero el último comentario antes de que el barman recordara inusitadamente eso, que casualmente era un barman sin barra, la incomodó de una extraña manera que supo ocultar a la perfección sin borrar la sonrisa. Era algo denso y escurridizo que le hizo acelerar el corazón justo en el momento preciso en el que contenía el pánico. Se puso de pie, se limpió las faldas del corto vertido, tutú, tul o lo que sea que fuere que tenía puesto y se calzó tras una exhibición de sorprendente equilibrio los zapatos. Acto seguido, estaba sujetándolo del brazo para que la escoltara al exterior. —¿Sabes? A veces eres condenadamente eficiente, hombre. Debes parar un poco —A medida retrocedieron sus pasos de vuelta a la realidad misma, la música comenzó a colarse en sus oídos. Ahí afuera, en ese pandemónium, parecía que la fiesta nunca acabaría. De vez en cuando, de hecho, Julie se encontraba preguntándose si aquello era posible en Molino Rojo y si, en realidad, no seguían siempre en un letargo hasta la próxima gran noche. No importaba ahora. Antes de que salieran, la bailarina lo retuvo de un tirón digno de su profesión y le acomodó el cuello de la ropa. —Gracias por esto, Méd. En serio —Sonrió, distraída en su tarea—. Y antes de que puedas insistir meloso de nuevo, de nada —Sonrió, se apartó y observó su obra maestra con ojo crítico. Se acercó para alinearle un poco el cabello. Aunque quizás en realidad fuese solo una excusa para retrasar lo más posible la salida—. Si la ves a Angie... Envíamela, ¿si? No importa si uno de tus chicos está a punto de servir alcohol etílico a un comensal. La atrapas y me la mandas. Ya. Ahora sí. Listo ¡Estás hasta decente! —bromeó para aplacar la voracidad del tema anterior. Julie corrió las cortinas y el humo y el calor volvió a rodearlos. No le soltaba la mano todavía y lo aprovechó para inclinarse hacia él, justo antes de perderlo. —Y escríbele a tu hermana, ¿si? No hay nada tan grave en lo que hiciste que no se pueda perdonar. Y si nunca lo intentas, perderás la chance —Ella lo sabía. No le dijo más nada. Le pellizcó el cachete, divertida, mientras volvía a ponerse la máscara repuesta, mientras volvía a ser la Lala sinuosa y vivaracha, y sus compañeras la recibían en el momento justo y exacto del júbilo. Pero Julie se iba con un nuevo peso en el corazón, uno que bien conocía y no quería, ese monstruo parasitoso pequeño en principio pero enorme al fin, que siempre comienza con un nudo en el pecho o pequeñas volteretas en el estómago. Julie lo calló de momento, procurando olvidarlo y enterrarlo profundo profundo para siempre en el rincón más lejano que tenía. Porque no podía permitirse sentir nada más allá de la amistad por Méderic Favre.
Lo que no sabía Teva es que Charlie jugaba muchos juegos al mismo tiempo. Había uno en especial el cual no se permitía ni a pensar, por temor a que sus pensamientos lo delataran en un tropiezo inusitado de la lengua. El otro, el tercero (pues el primero era evidentemente laboral), era personal. Laurent Durand no era un hombre que se conformara con poco. Su apodo no había sido casual, pero la historia quedaría para más adelante. Lo que sí sabían todos, era que al parecer reflejaba algo de sí. A él le daba igual el apodo idiota. Era Charlie si querían que lo fuera, pero él se sabía Laurent. Se sabía Durand. Y en ese nombre y apellido estaba grabados con acero candente sobre la piel el hambre. Era cierto que Teva ya había accedido, era parte del club y estaría de ahora en más bajo el ala protectora del gran Pierre LeCounce, lo que seguramente no le habían dicho pero era lo suficientemente inteligente como para captar, era que la tarea de Laurent de ahora en más no solo rondaría en la información, sino también en el control y la vigilia. LeCounce era el jefe, el cerebro de la operación, el capital vivo; pero Laurent Durand era su brazo, que largo como él, se extendía sobre las tropas. Y era Laurent el que, de una forma u otra, tenía la última palabra sobre el compartamiento de sus hombres: Cuando las cosas iban mal, podía interceder, redentor y generoso, tomar partido. Pero cuando las cosas iban mal para él, la lógica cambiaba. Y todos los que estaban subidos en ese camión lo sabían y pronto, quizás sino lo hacía ya, Teva lo comprobaría. Lo que en ese momento se preguntaba mentalmente Peeve, mientras el delicado pajarillo que tenía al lado pegada como estampilla al loco Charlie le charlaba animadamente, era si esa muchacha tendría lo necesario para mantener a raya a la bestia. A ese hambre voraz. Angie había demostrado una cualidad sorprendente a pesar de su, a simple vista, apariencia de niña hueca y mimada. Les había cerrado el culo a más de uno y la bella pelirroja había hecho perder a muchos diversos tipos de apuestas. Había caído, decían de vez en cuando los hombres, Cyrille le había puesto correa a la cabeza del perro. ¡Y ahí estaba sin embargo ahora Teva! Por eso Peeve se preguntaba, se preguntaba nervioso si esos ojos que ahora Charlie le clavaba y notaba de refilón eran para él o para el pajarillo... —Pues —pensativo, Peeve se pasó un trapo para secar el sudor—, a decir verdad el jefe me enseñó a conducir. Y claro, que a él antes que a mí, le ensañaron los que le vendieron ese cacharro —Al costado, Charlie encendía un cigarrillo y bajaba la ventanilla para soplar el humo hacia afuera. Un brazo se deslizó detrás de Teva, para acomodarse en toda su extensión sobre el respaldo—. Pero sí, en eso no se equivoca señorita. Este pequeño trasto —le dio unos golpecitos amistosos— es algo más quejoso de lo que parece a simple vista. Necesita mano dura pero paciente, no se si me hago entender, discúlpeme la torpeza, pero así le trato yo. O al menos eso intento. —Déjanos en la esquina, Pev —Charlie miraba por la ventana—. Pierre no quiere que vean al camión parando frente a la entrada de Molino. Que bajen dos de los chicos, enviaré a otros dos a casa así los cubren y ponen los pies en remojo. En realidad, lo que había logrado Teva había sido meterse en un nuevo nivel de un juego que recién comenzaba. Porque Charlie era, de hecho, como una de las bailarinas de Molino, sólo que su danza era otra además de peligrosa: Un baile sin fin, codeándose con la inevitable Fatalidad, como un personaje shakesperiano en la partitura que sonaba de fondo. El camión se detuvo, Peeve se quitó la boina sucia y saludó a Teva con una sonrisa y una inclinación de cabeza. Laurent la ayudó a bajar y, cuando del camión bajaron dos chicos para escoltarlos, desde mitad de cuadro llegaron los otros dos, ojerosos, saludando con bostezos y asentimientos mudos. Llegaron a la puerta y Durand despidió a los otros dos para volverse a la bailarina. Alzó la barbilla, sin quitarle los ojos de encima con una sonrisa y lanzó humo al aire antes de arrojar la colilla al suelo. —Déjame invitarte a almorzar uno de estos días, Teva.
2015 Logan se estaba riendo, riendo de verdad como quizás hacía mucho no lo conseguía. Cuando logró contener el impulso para no llamar la atención, le dio una palmada en el trasero a Moncef al pasar, mientras con la mano libre se secaba las lágrimas. —Andando vaquero, que si no nos apresuramos, creo que Katia va a robarnos también esa entrevista —volvió a reírse, al parecer entre una mezcla de incredulidad y admiración, y giró en la barra para alcanzar su objetivo. Para cuando estuvo cerca del sujeto, confió en que Périer ya lo hubiera acorralado del otro lado. No era que se hubiera dado cuenta la víctima, sino que simplemente se encargaban de cerrarle todas las posibles vías de escape accesibles. Con una mano de acero sobre el hombro, Logan logró captar su atención, acerando una sonrisa algo amarga, expresión que lo hacía ver mucho más masculino y peligroso de lo que conseguían otras expresiones de su catálogo. —Ace —saludó, arrastrando las palabras. El efecto fue instantáneo. El sujeto frunció las cejas, de la misma manera exagerada con la cual lo habría hecho el personaje, y se volvió al hereje. Una sombra cruzó su rostro cuando lo reconoció, y quiso retroceder un paso... Pero si Moncef estaba donde Logan creía, no haría más que chocar contra él. Una rápida mirada del fotógrafo al reportero le dijo que todo estaba bien: Así debían acercarse a ese sujeto. Inmediatamente una risa de comadreja, un dramático tirón de cuello hacia atrás explotó en el sujeto como una nova. Las guardaespaldas, que hasta el momento habían estado muy interesadas en Katia, soltaron todo lo que tenían en la mano y avanzaron como soldados espartanos, perdiendo lo femenino de sus rostros para compensarlo con asesinato premeditado en gran escala. Cuando la rubia sujetó firme la muñeca del periodista, y la morocha hizo explotar un globo de goma de mascar detrás de la nunca de Logan, "Ace Ventura" alzó las manos. —¡Tranquilas, tranquilas...! Julia —Miró a uno y a otra—, Tina... Son amigos. De hecho, se ofrecieron a pagarnos una linda ronda de tragos por lo que sea que vayan a pedirnos. —Una charla, nada más te pedimos, Ace. Viendo que la alusión hacía sonar el cuello del sujeto, Logan sonrió. Le duró poco. —Lamentablemente —Como si fuera un secreto, se inclinó hacia delante, miró a los costados procurando que nadie lo escuchara y, finalmente volvió a mirar al fotógrafo. Sonrió— no entrevisto maricas. Si la morocha no lo detenía, Logan, histérico, se hubiera lanzado sobre él. Entre risas, el sujeto se volvió a Moncef y llamó con un ademán a Katia. —Buen truco. Te contrataría... Si supiera quién eres. ¿Pero qué hacen con esta chusma? —señaló con el pulgar sobre su hombro. Logan se soltó de un tirón, e intentando recuperar la compostura, bufó. —Katia, Moncef. Les presento a Ronnie Ace Delacroix. Jefe editorial de Paparazzi en París. El aludido, manteniendo la sonrisa, se señaló. —¿Vamos a un lugar más tranquilo? Juli, querida, pídeme un vodka, parece que esto va a dar para rato. Ahora sí, ¿qué puedo hacer por ustedes?
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Milly
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Post by Milly on Jan 29, 2016 1:34:25 GMT
1890 La reacción de la joven fue instantánea. Ahí, pequeña y delicada ante la entrada del cabaret, sostuvo la mirada de Laurent... de una manera extraña. Pareció por un instante que sopesaba la pregunta con la delicadeza fría y calculadora de un cirujano, así de impenetrable era su expresión. Cualquiera hubiera dicho que Teva se quedaría ahí para siempre, como una graciosa y menuda estatua de cristal... hasta que sus ojos refulgieron con un brillito jovial y malicioso. —Si con 'uno de estos días' quieres decir mañana —Ladeó la cabeza hacia su hombro derecho, curiosa—, entonces te dejaré. O en cualquier caso, tan pronto como te sea posible. Sé que eres un hombre ocupado —los separaban un par de pasos de prudente distancia, pero ella los salvó con una juguetona zancada. Tuvo que alzar el rostro para volver a encontrarse con la mirada indescifrable de Charlie, esos ojos cargados de secretos que Attia no soportaba desconocer. Cuando posó tímidamente sus pequeñas manos sobre los hombros de su acompañante y se elevó en la punta de sus pies, se dijo que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Al menos creía saberlo, y eso bastaba por ahora. Se obligó a creer que bastaba. Imprimió dos besos, delicados como mariposas, en el rostro de Laurent. Uno en cada mejilla—. Hay algunas preguntas que tengo que hacerte —sus siguientes palabras fueron apenas un susurro. Estaba demasiado cerca—. Tú dirás si poseo el derecho de conocer la respuesta a alguna de ellas. Eso era todo, una pequeña insinuación inocente, la ínfima dosis de una promesa silenciosa. Aún habiéndolo deseado, Teva no habría sido capaz de aspirar a más; su experiencia en aquellos artes femeninos era nula. Retrocedió riendo entre dientes, y una vez restablecida la distancia sostuvo los pliegues de la falda y dedicó otra de sus agraciadas reverencias. Una pequeña gracia, solo para él—. Au revoir, monsieur Durand. Su diminuta figura se perdió al atravesar la entrada a Molino Rojo.
Lo primero que Teva hizo al ingresar al local fue dejar escapar el aliento contenido en sus pequeños pulmones. En segundo lugar decidió encaminarse a la barra, donde encontró a Moncef muy concentrado, llenando todos los vasos que tenía por delante. Con la sonrisa todavía gigante en el rostro inocente, tomó asiento en un taburete y aguardó paciente al próximo respiro del barman. Pero cuando el hombre reparó en la presencia de la bailarina y alzó el rostro hacia ella, la luz que Teva irradiaba y contagiaba se apagó de golpe. Los rastros de la paliza de aquel mismo día seguían patentes en los rasgos gentiles de su compañero. —Ay, Méd —suspiró la muchacha con amargura, estirando su mano para tocar las magulladuras y moratones—. Méd, Méd, Méd... ¿por qué tienes que ser tan tonto? El aludido le puso mala cara. —A mi también me da gusto verte, pequeña —el barman frunció el entrecejo—. ¿Dónde has estado, por cierto? —Haciendo mi trabajo —Teva se encogió de hombros. —¿Y esto? —una de las manos de Favre acarició la tela del abrigo que cubría a la joven—. Es costoso, apuesto lo que sea. ¿Te lo dieron? —Soy la niña nueva —ella se forzó a sonreír—. Tengo derecho a recibir algunos mimos hoy. —Hablando de ser la nueva —Médéric se apartó un momento esbozando una gran sonrisa. Un minuto después volvía con una bonita y colorida mezcla en un vaso de cristal—. Para ti, pequeña. Por tu noche de debut. Estuviste magnífica. —¡Pero que galante, monsieur! —agradeció el trago con una sonrisa más enérgica en esa ocasión—. ¿Qué dices, Méd? Ya soy una bailarina, ¿tengo derecho a ser una de tus ángeles? —Los dos sabemos que nunca serás un ángel, pequeña diablilla —el hombre soltó una risotada escandalosa al ver la expresión de Attia—. Pero eres una muñequita de porcelana que tendré que proponerme cuidar de aquí en más. Y para empezar... —tomó los bordes de la chaqueta de la bailarina y la acomodó de modo tal que ocultaba el vestido—. Saca provecho de esta extravagancia regalada y tápate. Ya mostrarte bastante para una noche. Los borrachos de estas horas son peligrosos, niña, y tú demasiado pequeña como para poder oponerte a sus impulsos retorcidos. —Está bien, padre —con una mirada de reproche, bebió su obsequio a sorbitos—. Tengo que hablar con Matt. ¿Sabes dónde está? —Llevo un buen tiempo de no verlo. No sé, puede que esté con Annette.
Momentos después la bailarina desaparecía por los pasadizos en busca de su amigo. Debió de concentrarse demasiado en su objetivo, pues no llegó a reparar en la mirada analítica con la que el barman seguía sus pasos y estudiaba su comportamiento.
2015 Mientras seguían al jefe editor a su "lugar más tranquilo", Moncef se acercó a Logan. —¿Qué le hiciste a ese sujeto para que te odie tanto? —rió con un susurro apenas audible por encima de la música. Tal como Katia hubiera pronosticado, su acercamiento a las guardaespaldas de Ronnie había sido una completa decepción para el reportero. Necesitaba una excusa para levantarse el ánimo—. No importa. Lo que iba a decirte... Ya lo decidí, la próxima parada será la última —suspiró—. Estoy demasiado viejo para este trote. La maquillista iba unos pasos por delante de ellos, a la par con Delacroix y sus chicas. Como en la ocasión anterior, sería ella la encargada de introducir el tema en cuestión. —Me siento tentada a preguntar por qué utilizas a estas agradables damas como protectoras, cuando probablemente un par de gorilas serían más efectivos —Katia sonrió, dulce, procurando contener el estremecimiento que la acometió al sentir la mirada de Julia y Tina sobre ella. Al parecer, no olvidarían tan fácil el engaño del que fueran víctimas—. Pero estoy segura de que tienes motivos de sobra, Ronnie. Así que iré al grano: Logan no hizo el favor de traernos contigo porque tenemos un par de preguntas que hacerte, ¿no es así, Moncef? —Tiene que ver con Rambaud —Périer asintió al adelantarse. Llevaba en la mano una copa de martini, vaya a saber uno de dónde lo había sacado—. La relación del modelo con Paparazzi en el pasado es un hecho bien sabido, y la prensa se ha encargado en dar cuenta de ello. Pero, en nuestra opinión, la información es más bien escasa en lo que tiene que ver con la participación del sujeto en cuestión en los cambios que la revista ha vivido en los últimos tiempos —con la desenvoltura de quien hablaba con un colega de años, el reportero tomó la aceituna de su cóctel y se la llevó a la boca. Se encogió de hombros—. Dada tu posición se nos ocurrió pensar que habrías visto de cerca el proceso. En consecuencia, tu experiencia al respecto nos interesa. —Y de paso, puedes despotricar un poco contra Rambaud si quieres. No nos importa —Alessandri rió con malicia—. No quiero dar por hecho que lo odias, pero he oído de tantos que lo hacen... —exageró— Sería interesante que demostraras ser la excepción a la regla.
((Sí, bueno... creo que di por hecho cosas de las que no tengo la menor idea. Así que si voy por mal camino... me dices y corrijo Bachi <3))
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bachi
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Post by bachi on Jan 29, 2016 3:22:53 GMT
((Para nada >8 D Donde hay Paparazzis, hay secretos sucios por doquier~ Y ya le avisé a Eve de que nos acercamos al final de las escenas que tenía en mente *-* Creo que en nuestros siguientes posts, terminaremos 8 D))
2015 Moncef no sería el único en suspirar. Luego del caótico encuentro entre dos viejos rivales, Logan aprovechaba la silenciosa oportunidad para permanecer fuera del alcance de la vista de los tres buitres que iban delante. Obviamente la princesa Katia no entraba dentro de aquel simpático grupo, pensó tras un trago largo a lo que sea que fuere que tenía en la mano. —Descuida, vaquero. No eres el único vejete para estas rondas de diversión juvenil —le dedicó una sonrisa más propia de un funeral que de un pub, y lo dejó adelantarse. En tanto Ronnie Delacroix volvía a reír fuerte y claro ante las palabras de la astuta maquillista que los seguía como sombra. Tras revolver en sus bolsillos y con un insistente click, inclinó la cabeza a un costado y encendió un cigarrillo. Detrás de ellos llegó una exclamación asqueada de Logan, que el reportero ignoró. —Las utilizo porque, a diferencia de un par de gorilotes, tienen cerebro, hermosas figuras y —La miró por encima del hombro para guiñarle el ojo— son letales. Así que te recomiendo seguir con la panda de comentarios aduladores sobre lo increíbles que son Julia y Tina en tanto nuestro querido colega Périer Moncef toma las riendas. ¿O no, petit? Si se refería o no a la estatura de Katia, no quedó claro. Lo que sí quedó claro era que Ronnie conocía al periodista, y lo dejó saber cuando pasó un brazo por sus hombros y le sopló en la cara. —Como bien supuso tu simpática amiga, soy la excepción a la regla —Se encogió de hombros— ¡Oh, vamos! ¡No me miren así! El muchacho es un maldito especialista. Un condenado genio. ¿Qué hay de malo en un poco de admiración sana? ¡Pero qué me cuentas tú, eh, Montie! ¿Viviendo el sueño en grande? ¡Sabes! A veces me encuentro durante el día con compañeros tuyos de profesión, que por supuesto, no son tan agradables como tú en lo referente a mi trabajo. Pero tú sí sabes apreciar el arte en todas sus vertientes, ¿a que sí? El corredor los llevó a una serie de cuartos privados. Tras comprobar que el primero estaba ocupado por una reunión de despedida de solteras (donde, por cierto, todas las mujeres estaban bastante enloquecidas), Ronnie abrió el segundo y los invitó a pasar. Casi en seguida, se ubicó en el centro de la única mesa redonda que había en el pequeño cuarto, mientras junto a él, Julia abría el enorme ventanal que tenían detrás, para que el humo del cigarrillo se filtrara por la abertura. Casi en seguida apareció una mesera vestida, desvestida más bien, ofreciendo una carta que el anfitrión rechazó. Tina acompañó a la mujer al exterior y se quedó en la puerta para hacer guardia. —Muy bien, muy bien —El reportero de paparazzi arrastraba las palabras mientras mantenía el cigarrillo apretado en la comisura de los labios—, ¿a qué vinieron exactamente? —Ya te lo dijimos, Ace —Logan se frotaba el ceño, cansado y suficiente—. Queremos saber de Rambaud. Sabemos que tuvo encontronazos fuertes con la prensa de estrellato y que casi va a juicio por romper la cámara de uno de tus chicos en Italia… ¿Venecia, fue? No sé, ya no lo recuerdo. Pero lo que queremos saber con exactitud, es a qué diablos atenernos, pues es probable que lo vayamos a tener metiendo sus narices en Etiqueta Negra muy pronto. Logan lamentaba tener que soltar algo tan importante, pero conocía a la comadreja que tenía en frente. Así que se mantuvo con calma ante las posibles miradas de sus compañeros, mientras Ronnie abría la sonrisa con un placer casi irrisorio y sorpresivo. —¡No puedo creerlo…! —Pues sí —lo interrumpió— y te agradeceríamos que lo mantengas, de momento, bajo control —Lo amenazó con un dedo. El reportero volvió a recuperar la compostura y se hundió, más bien derritió perezosamente en su lugar. Miraba a los tres que tenía en frente con una curiosidad franca y maliciosa. —Vamos, Delastair, me conoces… —Precisamente. —Lo que en realidad me sorprende de verte aquí —continuó, ignorándolo— es verte acompañado. ¿Qué, acaso formaron una secta anti-Rambaud o algo así? Tengo corresponsales que podrían estar muy interesados en esa clase de información… —No, no formamos nada aún —respondió Logan a secas—. Pero si eres tan amable de aclararnos un poco el panorama, prometo retirarte la carta documento —Sus ojos centellearon. Iba en serio como para estar poniendo en juego su cuello. Si lo que decía era en serio. Ronnie lo supo, y como si se preparara para la próxima movida de ajedrez, se inclinó hacia delante y sopeso sus posibles resultados, apoyando los codos sobre la mesa. Se estableció el silencio entre los dos, los cinco, hasta que al final, con una sonrisa de oreja a oreja, negó con la cabeza. —No, lo siento —Ante el exabrupto de Logan al ponerse de pie en un salto y con un golpe de puño en la mesa, el hombre enseñó las palmas de las manos—. Miren, en verdad lo siento. Se qué clase de información buscan, pero no la tengo precisamente aquí conmigo, si saben a lo que me refiero, ¿qué esperaban, que anduviese con notas sobre Rambaud y números de sus ex novias en los bolsillos por todos lados? —Lanzó una carcajada y señaló a Moncef con un movimiento de cabeza—. Si eres tan profesional como te pintan, sabes de lo que hablo: La información pura. Y lamento decirlo, pero con una par de cuchicheos míos no les bastará para nada. Me decepcionaría de todos ustedes si eso es casualmente lo que buscaban. —Me harté de esto. Tú —Logan esbozó una sonrisa que borró la del otro. Lo señaló con el índice como si se tratara de un lanzallamas—, eres un cochino cerdo. En cuanto a ti —señaló a Julia, por defecto—, odio al diseñador que hizo ese traje. Sin darle posibilidades de nada, tomó a Katia (la primera que tenía al alcance de la mano) y la arrastró afuera consigo. Antes de que Moncef pudiera desaparecer por completo tal cual sus amigos, tras un par de susurros en el oído de Julia, ésta la detuvo por orden de su jefe. La chica le extendió una tarjeta de presentación con un número, dirección de e-mail y twitter. —Si lo que de verdad quieres es la información pura, remitirte a las fuentes… Llámame en unas semanas —Sonrió—. Pero recuerda que le deberás un favor a Ronnie Delacroix. No me llames sino estás dispuesto a pagarlo. Envíale mis saludos a la preciosidad de Mia Bourg de mi parte. Para cuando Moncef alcanzara a Logan, éste estaría impaciente moviendo el piecito junto al auto. —¿Y bien? ¿Lo conseguiste? —preguntó, impaciente— Por todos los cielos no me digas que me tuve que comer esa pantomima del sucio de Delacroix para nada, porque juro, prometo que en Les Souffleurs me embriagaré! Y por favor dime que no les pagaste los tragos en la barra —Abrió bien grandes los ojos, casi a la expectativa, deseando poder liberar la sonrisa malvada que tenían atorada en los labios.
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Milly
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Post by Milly on Jan 29, 2016 14:41:28 GMT
2015 Moncef se entretuvo un par de minutos de más en la guarida de Delacroix. Su sonrisa era perezosa cuando guardó la tarjeta en un bolsillo interno del elegante traje que vestía. —Si crees que hay un precio que no esté dispuesto a pagar, Ronnie, es que no has oído tanto de mí como crees —dejó la copa a medio consumir en la mesa—. Es de esperar que, en unas semanas, estas fuentes sigan siendo útiles. Ya sabes cómo funciona este medio, llamarlo dinámico es quedarse corto. Pero gracias, amigo —caminó hasta la puerta y se volvió antes de desaparecer—. Le daré tus saludos a Mia. A cambio te agradecería que invitaras a tus chicas otra ronda a mi nombre. Esas últimas palabras le volvieron a la memoria cuando el fotógrafo lo acribilló en preguntas. —Delacroix es tu enemigo, Delastair —zanjó, recuperando la formalidad perdida con el editor jefe. Para tranquilizar un poco a su histérico interrogador sacó la tarjeta de presentación y la mostró a sus dos acompañantes—, no el mío. —Por favor, Moncef, no irás a decirme que congeniaste con ese espécimen —Katia posó sus manos en la diminuta cintura, preparada para regañar al reportero—. Era un tipo odioso. —Si era o no odioso no es asunto mío y no me corresponde decidirlo —los seguros del auto se liberaron y Périer tomó el volante antes de que a Alessandri se le ocurriera adelantarse—. Hacerse enemigos es un privilegio que no puedo permitirme, ¿sabes? No si quiero mantener abierto el acceso a cualquier fuente de información —el auto despertó cuando el resto de los pasajeros estuvo arriba, y recorrió las calles con la suavidad de un barco sobre el agua—. Para Ronnie es diferente, tiene influencia y ningún escrúpulo en exhibirla. No necesita ser amigo de todo el mundo. La maquillista lo miró como si no lo conociera. —Dios mío, eres un monstruo —se llevó una mano al pecho, conmocionada. —En realidad no lo sabes, preciosa —él contuvo el siguiente suspiro—. Solo hago mi trabajo. Soy lo que tengo que ser de acuerdo a la situación. Eso no sonó mejor, ni siquiera a oídos de Périer. De cualquier forma, estaba preparado para recibir las sarcásticas acusaciones de Logan. Se estaba acostumbrando rápido a esa dinámica. Era como recuperar un resquicio de su desaparecida conciencia. Una vez en la puerta de Les Souffleurs, Alessandri protagonizó otra de sus pataletas. —¡Todavía es temprano! —se quejó—. ¿En serio ya estamos aquí, par de aburridos? Me estaba divirtiendo tanto...
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bachi
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Post by bachi on Jan 29, 2016 18:22:32 GMT
2015 —Ayy, Juli, Juli. Ven aquí… La mujer se llevó maníes a la boca y mientras distraídamente pasaba una larga pierna por encima de la mesa para sentarse, con la punta del otro pie se hizo apoyo en el sillón en el cual estaba sentado Ronnie, de modo que quedó atrapado entre sus piernas. El hombre, en tanto, tecleaba a toda velocidad en el celular entre risitas. —Los voy a hacer sangrar a todos con esta noticia —La miró, se llevó el celular a la oreja y le guiñó el ojo. La mujer parecía aburrida. Se encogió de hombros y masticó más maní. —A mí me da igual. Por mí, hazlos sufrir. Al otro lado del celular respondieron pero Ronnie se tomó su tiempo. Tapó el altavoz y la examinó. —¿En serio lo dices? ¿Ni siquiera a tu primo? Porque si me lo dices así… —rodeó los ojos por todo el lugar, mientras se derretía más y más en el asiento, con una escandalosa risa. Julia bufó y puso los ojos en blanco. ¡Le gustaba ser tan melodramático…! En ese momento Delacroix recordó el teléfono y se reincorporó. —¿Hola? Moni, sí. Sí, lo sé —Se rió—. Exabruptos, ya sabes. Terapia. En fin, ¿recuerdas esos viejos números de la revista que te había pedido? Bien, reitero mi oferta. No. La duplico. No te deshagas de ellos.
Logan desvalorizó todo, todo, con un ademán de la mano. Así espantó a las moscas, así espantó sus pesadillas, que eran varias. —No importa si congenia o no con la plebe, Katia Kitty. Que lo haga. Él sabe que a la larga los brazos con los que se cierran los pactos se estiran y quedan imberbes —Miró al conductor por sobre los lentes. Dumbledore habría estado orgulloso—. Sobre todo si se juega con Dios y el Diablo al mismo tiempo. Pero tiene razón. Tú y yo hacemos lo mismo al fin y al cabo —Mientras hablaba, golpeaba suavemente la guantera del coche— sólo que elegimos otro tipo de blancos. Pero te equivocas en una cosa, Montie querido —Alzó el índice—. No sé qué te habrá pedido Ronnie a cambio, pero ten en cuenta que será jodidamente escandaloso. Él es así. Si puede hundir a un barco entero por su capitán, no ignorará la oferta. Ten en cuenta esto. Lo sé por experiencia. Tómalo como —Se mesó la barbilla— un cuasi consejo de amigos. Ugh. ¿No sintieron eso? Me recorrió un escalofrío por la espalda. Si lo que Moncef había querido era recuperar consciencia, estaba acudiendo al oasis equivocado. Ahí las aguas eran turbias, profundas y traicioneras. Más que bendita, esa agua invitaba a pecar. Más que Pepe Grillos, ese auto quizás estaba repleto de Pinochos. En Les Souffleurs el berrinche de Katia, más que apabullar a Logan, lo encendió y aprovechó su descuido para tomarla de una mano y obligarla a dar una voltereta rápida en el lugar. No era que fuera difícil, era una mujer pequeña y con taco excelente, pero de todas formas, Logan se permitió la osadía. Parov Stelar sonaba desde la entrada del último lugar al que entrarían esa noche y, aunque no estaba del todo cumplir con su “juramento”, sí sabía que se tomaría un par de porrones de cerveza negra. —No te preocupes, tú y yo nos divertiremos mientras Moncef hace el último trabajo sucio —La liberó del agarre con una nueva vuelta y se volvió al reportero—. Escúchame atentamente. Ahí adentro no pueden vernos juntos. Tú viniste por tu cuenta. Entiende: Yo vengo seguido a este lugar y ya sabemos que a ti te conocen con una reputación. Así que bien —De un tirón le acomodó el traje que no necesitaba acomodo y le quitó mugre invisible de las hombreras—… En uno de los rincones, no sé cuál, encontrarás a un curioso sujeto que no es de este lugar ni siquiera de esta generación —Se rió—. ¿Sabes inglés? Seguro que sí. En fin, lo que sí sé es que usará una vieja boina y traje viejo. Si lo ves con un horrible conjunto a cuadros, es él, ni lo dudes. Su nombre es Harry Porter. No hagas alusiones al libro porque te echará —Se tapó los labios, divertido, con la punta de los dedos—. En fin… Es un viejo mayordomo de los Rambaud. No sé más. Y si lo sé, no te lo diré. Será divertido para Katia y para mí observar al profesional en acción, ¿no crees? Te esperaremos al otro lado de la barra donde no puedan vernos. Pero recuerda: Es mi pequeña joya escondida, así que por favor, no lo eches a perder. Ah. Invítalo una cerveza negra, es la mejor del lugar. ¡Ahora, andando! —Le dio un empujoncito directo a la entrada y, sin esperar a que desapareciera, se volvió con una sonrisa malvada a Katia. —Ahora —susurró— ¿estás lista para mi gran sorpresa? Este será nuestro pequeño secreto. Entremos. Te explicaré adentro y me dirás qué piensas.
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Milly
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Post by Milly on Jan 30, 2016 0:23:00 GMT
2015 Cuando el primer pie aterrizó en el interior del local, Moncef descubrió que se sentía cansado, no por estarse desvelando, sino más bien con todo aquel asunto. Detestaba los bares gay, no obstante ahora ingresaba al tercero de la noche y a uno de los más selectos. En realidad nada había sido tan terrible, pero una parte de él, esa que siempre hacía acto de presencia cuando el reportero comenzaba a cuestionar los límites de su paciencia, se preguntaba si había hecho bien al escoger esta área de trabajo. Sus años como reportero de política habían sido divertidos, siempre había algo de heroico en asumir la cobertura de algún nuevo y escandaloso fraude. ¿Qué hacía ahora, en cambio? El reportero sacudió la cabeza, contrariado. Estos lapsus existenciales estaban apareciendo cada vez con más frecuencia y en los momentos menos oportunos. El recuerdo de Rachel y el almuerzo de aquella tarde fue lo que lo ayudó a superar el impasse. Desafíos. Sí, ese era su más grande motor propulsor en aquel momento. O uno de ellos; estar lejos de Delastair y Katia por un tiempo era también un alivio. Así fue que ingresó a Les Souffleurs, con el traje impecable y la mirada atenta de un animal solitario y desconfiado. Afortunadamente el lugar no exhibía el escándalo de las anteriores paradas, bien porque era parte del concepto del bar o porque había pasado la hora alta del desenfreno, a Périer no le importaba mucho en ese momento, más bien, se preguntaba qué le vería Delastair a esos lugares... Lo vio de pronto, tan apartado que cualquiera habría dicho que intentaba ocultarse, mimetizarse con el ambiente si era posible. No era posible, no en un lugar tan pequeño. Mientras se acercaba, Périer en terreno estudió cada movimiento del sujeto y lo sopesó con la información preliminar del fotógrafo. —Mr. Porter —llamó su atención con amabilidad, en un perfecto inglés, su rostro esbozando apenas un amago de sonrisa. Estiró la mano para estrechar la del hombre—. Buenas noches, soy Moncef Périer, periodista. ¿Le importa si lo acompaño a una ronda de cerveza? Me gustaría charlar con usted.
La respuesta de la maquillista fue colgarse del brazo de Logan por enésima vez ese día. —Estás matándome de la impaciencia, maldita sea —usó su mano libre para darle un puñetazo en el mismo brazo que sostenía—. Así que adelante, corazón. Pero antes me invitarás algo para beber, ¿de acuerdo? No he probado nada en toda la noche. Me conformaré con la especialidad de la casa.
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bachi
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Post by bachi on Jan 30, 2016 3:59:42 GMT
2015 Harry Porter no era un sujeto, por los años pasados, propenso a los sobresaltos, y si lo hacía, nunca lo dejaba notar. Con una suspicacia lenta y cautelosa, bajó el vaso de agua que se estaba por llevar a los labios y observó al elegante joven que le extendía la mano. Lo hubiera rechazado rápidamente con una sonrisa gentil y le hubiera dicho que de verdad de verdad seguía sintiéndose muy atraído por el sexo femenino y que, sin embargo, le deseaba una linda velada. No sería la primera vez que jóvenes inexpertos, borrachos, psicodélicos, se le hubieran ofrecido por el hecho sencillo y parco de ser “lo nuevo-viejo” del lugar. Pero la simple autodenominación del sujeto en esencia como periodista lo cambió todo y Harry, sin querer (y mentalmente lamentándolo), se puso en guardia. Por supuesto. Parecía un buen tipo, un tipazo, pero sabía que todos los de su calaña tenían que parecerlo. Y su inglés experto, limpio y sin embargo carente de ese refinado “no-sé-qué” británico que tanto extrañaba demostraba que era bueno, profesional además… Sopesó la información, por tanto, que tenía al alcance y supo que de una u otra forma, si sabía su nombre y lo que por lo general le gustaba tomar, es que ya sabía quién era y no había nada secreto en su presencia allí. Tras un minuto eterno, así, Mr. Porter le estrechó la mano y le enseñó la silla frente a él. —Sé hablar francés, Monsieur, no se preocupe —Una voz adulta y madura llenó lo faltante en su imagen. Mr. Porter podría haber parecido a simple vista un caso raro de “siglo pasado” como había señalado Logan, pero en cuanto el sujeto había hablado, esa imagen campechana y vulgar dio un paso, un salto hacia la honradez digna de un Caballero—. Mi esposa es de aquí —Sonrió. Justo en ese momento una joven moza se acercó al lugar. Llevaba una bandeja con tragos nuevos y se inclinó con agilidad para acercarle al hombre un chopp. Sus ojos finamente delineados de ojos verdes se fijaron en la compañía y frunció la bella nariz con un reluciente piercing. —¿Te están molestando, papá? Harry en seguida desechó la pregunta. —Para nada, Amelie. ¿Puedes traerle otro de estos al caballero? Invitará la ronda —La despidió con una sonrisa y se volvió a Moncef—. Uno puede proclamarse dueño de todo lo que quiere, pero al final? Al final son ellos quienes saben hacer cosas con lo que uno les hereda —Rió por lo bajo y bebió un modesto sorbo, para echarle una mirada al lugar—. Sí, el bar es mío. Pero lo maneja mi hija. Se le da muy bien esto de los negocios. Igual me gusta venir. Al principio toda la música me parecía ruido, ¿sabes? Ahora he llegado a apreciarla. Incluso he tenido la oportunidad de jugar dardos con algunos de los clientes, borrachos, obviamente, pero simpática gente… Pero me imagino que tú ya lo sabías ¿cierto? —No fue una acusación, más bien simple curiosidad— ¿A qué ha venido esta encantadora noche, Monsieur? ¿Qué urgencia lo hace acudir a este lugar para compartir tiempo con un viejo chocho como yo, cuando podría estar con una bonita muchacha? O muchacho —agregó rápidamente—. Ya a estas alturas creo que lo he visto todo.
—Ya que insistes, no sólo te invitaré la mejor cerveza negra de París, sino que te haré bailar y desnudarte por una fila de tragos digna de cualquier pasarela, mon amour. Esa fue toda la introducción que Alessandri recibiría por parte del fotógrafo. En menos de lo que cantaba el gallo, el hombre en cuestión habría conseguido un estratégico lugar en la barra y había hecho que un bonito barman y una elegante camarera los sirvieran como reyes. Al diablo el dinero, esa noche se darían un par de lujos. Así y asá, con el menú de cocteles entre las manos, Logan señaló dos, tres tragos más la cerveza y esperó a que su compañera (de ahora en más) de noches alocadas decidiera. —Si quieres consejo, solo escupe —sonrió, ya haciéndose bigote de espuma con la cerveza que tenía entre las garras. La barra era la delicia de todo aquel bar, lo que le daba vida y un toque chic y moderno a ese antro antiguo cual taberna del medioevo londinense. Se trataba de una rectangular estructura que abarcaba poco menos del centro de la habitación y la estantería, donde estaban dispuestas todas las botellas, permitía a los encargados tanto del lado del frente como de atrás manipularlas, ya que no tenía fondo: Era una serie de cristales iluminados de todos los colores por donde se podía ver, entre los huecos dejados por las bebidas, a las personas al fondo del local. La pregunta no era tanto qué le veía Delastair a esos lugares sino a quiénes veía allí. Katia pronto descubriría uno de los viejos y sin embargo infalibles trucos del círculo, o por lo menos, Logan se lo haría ver tarde o temprano… Y fue más temprano que tarde, cuando finalmente bajó el chopp a medio contenido a la barra y se inclinó para cuchichearle. Sus ojos, como halcón, estaban buscando en el lugar. —Como te dije, Les Souffleurs me encanta. Es tranquilo, por momentos caótico, bulle gente de todas las especies… En fin —Espantó moscas con las manos—. Pero no te fui del todo sincero, Katia querida. Había otra razón particular y especial por la que quería venir aquí y, comprobaré (comprobaremos) su utilidad esta noche —Se volvió para mirarla—. Será nuestro pequeño secreto, ¿si? Tengo un plan en caso de que suceda lo que espero… Si sucede, nos escabulliremos hacia afuera y disimularemos nunca habernos enterado. Eres buena actriz, lo sé. Yo intentaré seguirte los paso —Notando que la expectativa podría hacer que su amiga estallara de uno a otro momento, Logan liberó la tensión con una risa por demás divertida—. Escúchame con atención. Si sucede lo que creo que puede llegar a suceder, habrá dos opciones: O bien nuestro compañero Moncef ignora la situación y nos busca, o bien pasa algo. También puede ser que nunca la vea, claro. Yo hasta hoy o ayer la noté, no me extrañaría —Se encogió de hombros, sopesando la idea—. El caso es… No me mires así, quiero tener todo asegurado, Katie Kitty. Y con todo asegurado me refiero a saber, a confirmar si nuestro compatriota allá presente tiene algún punto débil al alcance de la mano y sino —Se enderezó y se cruzó de piernas—, pues bueno, seguiré indagando. No es la gran cosa —No había notado que con toda la cháchara recién dada, no había soltado lo esencial del asunto, pero parecía buscar a alguien con la mirada.
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Milly
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Post by Milly on Jan 30, 2016 19:21:25 GMT
2015 Como regla general, Moncef Périer daba por hecho que todo el mundo pretendía verle la cara, reírse de él en secreto. Así era más sencillo lidiar con las decepciones cuando estas tenían la desconsideración de hacerse presentes. Pero aún asumiéndolo en este caso, decidió involuntariamente que ese hombre de voz sofisticada y sonrisa fácil le agradaba. Tenía los modales de los que carecían las tres cuartas partes de personalidades con las que Moncef trataba con frecuencia. Era un cambio refrescante. Volvió al francés grave y fluido la siguiente vez que habló. —En primer lugar, me gustaría aclarar que estoy aquí por motivos completamente personales. Como he dicho antes, vine a charlar. Se lo prometo —Y con eso quería decir que no recolectaba información para nadie, que lo que saliera de aquella conversación no aparecería el día siguiente en algún rincón del despiadado y a veces despreciable mundo de la prensa escrita. Había captado la duda en ojos de Porter ante su propia presentación—. De haber sido otro el caso, me habría asegurado de acordar el encuentro, y oficiaría la discusión en un lugar donde tuviera la certeza de que usted se sentiría a gusto. Aunque, claro —ahora sí, dejó ver una sonrisa con todas sus letras, agradeciendo la cerveza que entonces llegaba para él—, basta verlo para darse cuenta que este sitio es para usted una zona de confort, y entiendo también el por qué —bebió un poco de su vaso, tranquilo. No hacía falta apresurar la conversación—. Antes de ir al tema central.... siento curiosidad por las circunstancias que lo llevaron a adquirir este local, Mr. Porter. Según tenía entendido, invirtió buena parte de sus años al oficio de la mayordomía —el reportero casi, casi parecía contrariado—. La independencia económica es un gran paso para cualquier persona... aunque esperable en su caso, supongo. Después de todo, aunque su hija se encarga del bar, también usted debe contar con años de experiencia en la gestión de recursos y de personal. ¿Puedo preguntar qué lo llevó a decidirse?
Tal como sospechaba Logan, la joven maquillista sentía que la cabeza iba a explotarle en cualquier momento. Katia, desde luego, no tenía el menor interés en que eso sucediera; no había forma de que su conjunto pudiera ir a juego con partes de sus propios sesos. Así que procuró mantener la boca cerrada para invocar algo de bendita paciencia, bebiendo lenta pero constante la deliciosa cerveza que tenía entre las manos, pensando en la elección de sus siguientes aperitivos y devorando cada nueva palabra de su amigo, todo al mismo tiempo. Antes de volverse al fotógrafo escogió dos cócteles al azar. A Katia le gustaba experimentar, al menos en lo que a licores se refería. —Si no vas a comentarme ese maravilloso y misterioso evento que va a suceder —le susurró, poniendo los ojos en blanco—. ¿Puedes al menos decirme si tendremos que esperar mucho? Esta cerveza está deliciosa, Logan, y voy a tener que esforzarme en serio para prestar atención a otra cosa que no sea este manjar. Voy a tener que estar preparada. Por supuesto, exageraba otra vez. Por esta vez perdonaba a Delastair sus austeras explicaciones porque sabía lo que él intentaba. Y si no lo había intentado en realidad, de todas formas había puesto a Katia lo suficientemente sobre aviso como para poner todas sus antenas a estudiar lo que sucedía a su alrededor. Se dijo que si descubría por su cuenta lo que buscaban, resultaría más divertido.
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bachi
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Post by bachi on Feb 10, 2016 23:01:54 GMT
2015 Harry Porter examinó con detenimiento a su interlocutor mientras daba la introducción y pie a la charla que se avecinaba. No estaba del todo seguro qué era, si le transmitía confianza o era más bien la seguridad de que sería escuchado con total atención, pero algo hacía que ese reportero que tenía en frente se llevara las buenas impresiones del viejo Porter. Lo que dijo a continuación solo hizo que es sensación reposara en calma en el centro de su mente, como una pluma que cae al ras del suelo. Périer había hecho la tarea y estaba allí, en realidad, para confirmar sospechas. Lo que Harry no sabía, era por qué las quería, por qué necesitaba escuchar lo que el anciano, tanto tiempo en silencio, estaba a punto de soltar como borbotones. Las preguntas trajeron antiguos recuerdos que no estaba seguro de querer sacar a la luz nuevamente. Tanto había costado enterrarlos… Tanto sufrimiento había supuesto vaciarse de contenido y volver a empezar. Pero Harry no iba a mentir. Nunca había hablado del asunto específicamente y ahora que se presentaba la oportunidad tan clara y tan definida, ¿qué tenía por perder? Era viejo ya, a pesar de lo que dijera su Amelie, era viejo y si bien se sentía más vivo que nunca… —Muy bien, chico —La formalidad pasó a segundo plano. Ahora tenía el derecho de la edad del cuentista que se propone una siguiente historia épica. A la juventud le restaba escuchar esta noche—, si lo que de verdad quieres saber es, precisamente, la verdad, no esperes oírla de mis labios. Yo sólo puedo darte mi parte. Y te daré, sabrás disculparme las reservas, las partes que yo considere lo menos dañinas para dar —En definitiva, no se detendría en los detalles. El grueso de la imaginación de Périer debería hacer el resto. Asintió mientras se acomodaba en la silla y, del bolsillo del pecho, sacó un par de gruesos lentes— Fui, en efecto, mayordomo, no te equivocas, de los Rambaud los casi diez años que éstos vivieron en Londres. O bueno, durante las idas y venidas. En ese tiempo Jean-Claude era apenas un retoño, no más joven de lo que sería mi Amelie, quizás ella ni siquiera había nacido… Sabrás disculparme pero ese chico parece tan condenadamente joven que a veces no puedo ponerle edad. Como decía: Ethan Adrien Rambaud se mudó un tiempo a Londres. Un sujeto por demás emprendedor, ¿sabes? Pero había un problema. Aquí se detuvo, sonrió mientras cruzaba los dedos luego de un sobrio sorbo al chopp que tenía en frente. Su expresión era adusta, triste, algo contrariada. —Supongo que ese problema fue lo que me hizo decidirme, luego de tantos años en el oficio. Eso o que sencillamente quería más tiempo para mi familia. Usted debe saberlo ya, joven, ser mayordomo es como ser un adoptado, y alguien que es adoptado solo tiene una familia a la cual rendir cuentas. En mi caso, creo que la sumatoria de esos factores fue lo que me hizo decidirme…
((JAJAJA Katiaaaaaaa XDDDD Ya veo las noticias “¡Úuuultimo momento: Diseñan ropa con cerebros reales!)) Y sería quizás tal vez Katia la que encontraría primero aquello a lo que Logan se estaba refieriendo de forma tan mezquina y como a cuentagotas. Pero Logan, o fue lo suficientemente rápido o ya de antemano había estado observando el lugar con ella, siguiendo el paseo de sus ojos. Por eso, cuando notó un breve detenimiento, Logan se inclinó hacia la mujer por sobre su hombro hasta pegar su mejilla a la suya y mezclarle (quizás) la descarada sonrisa que marcaban sus labios, para continuarlos en los de ella y así, el Joker, estaría más que orgulloso de ambos. —No te atragantes, querida —susurró, mirando lo que ella miraba, llevándose lentamente una copa a los labios pues hacía rato había acabado con la cerveza. Eso no lo había detenido de pedir maní, claro—. Inhala y exhala con calma que, después de todo pffff —Se rió—, ¡no es para tanto! Pero allí está, allí lo ves. Esa era la otra persona que, de casualidad, vi una vez aquí y me dije “¿Por qué no?” y aquí estamos ahora, tú y yo, preguntándonos lo mismo sobre tantas, taaaantas otras cosas de esta peculiar noche. Frente a ellos en diagonal, sentada entre dos amigas, estaba Rachel.
En la mesa de Moncef, Harry Porter continuó. Todo salía fluido de su boca, como si hubiese esperado muchos años allí, leudando como la rica cerveza que se le acababa entre las manos hasta que estuvo a punto, perfecta para su degustación. —Cuando Fabiana Oliveira (madre de Jean-Claude) se casó y tuvo cuatro hijos, su madre, Adriana Oliveira, comenzó a tener una relación muy tensa con el esposo. Deberás entenderlo, chico, en esa época las cosas eran un poco distintas, y que una mujer que dedicó toda su vida a seguir los sueños de su madre y que drásticamente lo cambie todo para dedicarse a la crianza de sus hijos, mientras el señor está de viaje por el mundo… —Harry hizo una mueca. Tras un suspiro y un sorbo largo, retomó— Como sabrás, de los cuatro el único que se interesó por escuchar a su abuela Adriana fue Jean-Claude. Sino me equivoco, la mayor de las hermanas es una pintora algo reconocida, muy buena en mi opinión, pero opacada por el apellido que su hermano ejerció en otro rubro totalmente distinto. El mayor de los varones fue un caso perdido con el que varios de la familia cortaron relación, no sólo Jean-Claude. En cuanto a la última —Harry volvió a tomar un sorbo—. No sé los hechos concretos, ¿si chico? Quiero recalcar que era una familia afectada por las distancias y la presencia dominante de una mujer con ciertas cosas metidas en la cabeza, de edad avanzada, y sabes cómo nos ponemos los viejos a ciertas edades —Forzó una sonrisa—. La cuestión es que murió joven. Tenía cuadros de depresión grandes y discusiones acaloradas con la madre y abuela, no sé bien por qué. “Tú puedes pensar lo que quieras. Pero cuando murió la señorita Rambaud, la relación de Jean-Claude con Adriana cambió un poco. Le tenía afecto a la hermana, podría decir que era su favorita. El mayor estaba en otra sintonía, la mayor desvalorizaba su concepto del arte (supongo, no lo sé, pero así es la cosa con los pintores a veces), entonces allí estaba ella. Le partió el corazón cuando fue a vivirse con el padre a Londres. Aún más le partió el corazón cuando, bueno, decidió quitarse la vida. “La cuestión es, chico, que Jean-Claude nunca tuvo una relación tan amorosa como le pintaron los medios brasileros al mundo con su abuela, con su madre. Si ahora los padres viven juntos en París, es porque la vieja harpía (y que Dios me libre, pero es cierto) está en otro lugar. Mejor. Supongo. Eso es todo lo que sé. Fue una vida caótica. Dudo que nadie fuera de su círculo supiera explicártelo mejor, ¿pero qué más da? Ya no tengo nada que perder. No me pidas la dirección de sus padres porque no puedo dártela —Sonrió amable y cálido—. Me imagino que en tu profesión tú tienes tus lujos y tus límites. Los límites y lujos de un mayordomo son pocos, pero nos los llevamos para siempre.
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Milly
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Post by Milly on Feb 11, 2016 15:00:49 GMT
2015 Katia sí sonrió, y vaya que sonrió. Con esa escalofriante expresión estática en el rostro, contuvo la respiración con la intención de controlar cualquier señal de sobresalto y giró la cabeza para encontrarse cara a cara con ese monstruoso y retorcido ser que tenía por compañero, que llevaba por nombre Logan Delastair. Le obsequió un rápido y malicioso beso en los labios. —Logan, querido, eres una bestia —dijo cuando volvió a concentrar su atención en Rachel y sus acompañantes. Si se trataba de un halago o un insulto, quedaba a gusto del consumidor—. De todas las personas que podría haber esperado encontrar por aquí, nunca, jamás... —suspiró apenada—. Casi me dan ganas de acercarme a saludarla, y darle personalmente las gracias por encargarse de cerrar nuestra noche así. El mundo era un lugar tan pequeño, y sobre todo, tan hijo de puta con sus pobres inquilinos, que Katia no supo si llorar o reír a medida que terminaba el resto de su cerveza empinando el brazo por última vez. Cuando el pichel volvió a la mesa, los ojos de la maquillista volaron a espiar entre espacios y botellas a la pareja de entrevistado y entrevistador situados más allá, que parecían llevar bastante bien la conversación. —Tu plan, ¿crees que funcione? ¿Crees que él la vea? —se oía tan entusiasmada como una niña a la que han prometido llevar a Walt Disney World—. Nuestro querido Périer se ve tan compenetrado con su trabajo...
Y en efecto, el compromiso de Moncef con su tarea era absoluto. No podía ser de otro modo, o correría el riesgo de perderse algún punto verdaderamente importante. Un colega menos familiarizado con el arte de las entrevistas habría cometido la equivocación de pensar que se hallaba frente a un testimonio inmejorable, un trabajo espléndido que apenas hubiera demandado esfuerzos. Porque apenas había hecho falta una pregunta para desatar el relato completo de un solo tirón, una primicia de primera fuente, fresca y extensa. Pero el profesional oculto bajo la piel de Périer era quisquilloso. A cada nuevo paso de la historia, él detectaba sin dificultad los espacios vacíos que, por frustrante que resultase, no hacían otra cosa más que plantear nuevas interrogantes. Interrogantes en las que, dada la naturaleza del testimonio, Moncef no tenía derecho a indagar. Porque Porter había establecido las reglas y él, siempre caballero, se atendría a respetar esas condiciones. La ética profesional era un pilar que jamás se permitía transgredir, incluso cuando acudía a métodos muy poco convencionales para obtener algo. No. Si Harry se negaba a ir más a fondo, ya fuera por capricho o porque en verdad corría el riesgo de sufrir cierto nivel de daño emocional, no sería él quien forzara sus respuestas. En todo caso, nada de eso le permitía perder la perspectiva: con o sin espacios en blanco, reconocía el valor de la historia del viejo y educado Mr. Porter. Y apreciaba el esfuerzo personal que pudiera haberle significado compartirla con un desconocido. —Me parece que, para una noche, ya le he pedido demasiado monsieur —El reportero le devolvió la sonrisa con una empatía tal que sus siguientes palabras sonarían tan sinceras, que considerarlas ensayadas parecía rebuscado—. Me siento culpable por haberlo forzado a hablar de cosas tan personales y dolorosas. Fueron tiempos difíciles para los Rambaud y para bien o para mal, usted estuvo en medio de todo. Es difícil, prácticamente imposible mantenerse indiferente cuando se trata tanto tiempo con las mismas personas, supongo —bajó la vista a su bebida a medio terminar, pensativo—. ¿Hay algo que pueda hacer por usted para demostrarle mi agradecimiento antes de retirarme, Mr. Porter? ¿Otra cerveza tal vez?
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bachi
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Post by bachi on Feb 12, 2016 3:34:13 GMT
2015 Logan estaba lo suficientemente sobrio como para saber que Katia no hablaba en serio con eso de acercarse a saludar a Lavachey, pero lo casi enteramente ebrio como para que el beso fugaz no lo molestara en absoluto. En realidad, pensó, eso siempre tendría que haber sucedido y no se imaginaba por qué no había besado antes a la maquillista, si después de todo, no era él el sujeto mejor conocido por su integridad y monogamia. Dejando de lado los análisis estúpidos (que incluso él mismo llegaba a reconocer como tales), el fotógrafo volvió a concentrarse en la tarea que tenían por delante. Casi, casi se sentía como uno de esos biólogos de Discovery Channel, observando el cortejo, las muestras de afecto y comunicación entre esos especímenes que tan lejos estaban de esos dos taburetes VIP que separaban a esos dos truhanes naturalistas. —Gracias —respondió al halago con un suspiro de obviedad. Porque obviamente él se lo tomó, se lo bebió como un halago—. Lo sé, querida, lo sé. Pero permíteme guiarte en este laberinto de tragos y recomendarte que siempre vayas por la izquierda —Señaló el cartel que ubicaba los baños—, en otras palabras: Ni se nos ocurra meternos en el primer plano. Bastó un par de palabras más para que los ahora perezosos y aletargados ojos de Logan, despiertos internamente por la consciencia acostumbrado a los efectos del alcohol, para que se fijara en los dos que más allá parecían haber llegado a un punto culminante en su vocabulario. ¿Por qué? Ni siquiera sabría decir cómo se dio cuenta, simplemente eso le pareció, pensó Logan, sin darse cuenta que se encogía de hombros con una sonrisa como si de verdad le estuviera respondiendo a alguien más que a él. En fin, Moncef y el viejo hacían buena pareja, no en el sentido sexual, claro, agh, sino como escena de película vieja. O un Woody Allen. —Nuestro querido Périer, de hecho, querida Katia —arrastrando las palabras, se llevó otra copa de... algo a los labios—, sino me equivoco está sonsacando con maestría todo lo que puede de esa jugosa manzana. En cuanto al plan, no tengo plan más que lo que te he dicho. De hecho ni siquiera sé si llamarlo "plan" pero gracias por considerar mi burda observación como uno —Alzó la copa de lo que sea que fuera eso hacia ella y brindó solo—. En lo que respecta a tus preocupaciones, esperemos que el azar (ese horrible monstruo fuera de moda) esté de nuestro lado hoy y la vea. Sino lo hace, pues, no se me ocurre nada para hacer que se crucen irremediablemente. Pasar y arrojarle ponche sin querer sobre el cabello parece una opción tentadora, pero me temo que los dos nos quedaremos como idiotas observando y no sabremos irnos antes de ser reconocidos... Así que a no ser que tengas un plan mejor y más brillante que emborracharnos en la barra, mi amiga preciada, solo puedo sugerir seguir con la rutina, de la que siempre soy tan enemigo pero hoy en especial, aliado. Sí, Logan ya estaba divagando en los umbrales exquisitos de la borrachera.
Las consideraciones del joven reportero hicieron sonreír Porter de costado. —Soy viejo, sí, y ésta que te acabo de contar no es una de mis historias favoritas, monsieur, pero déjame decirte que no viví y nací en el siglo pasado para arrugarme como una pasita ante una charla de bar —Incluso se permitió la risa. Cuando ésta acabó, se puso de pie echando la silla hacia atrás con el movimiento y le extendió una mano a modo de saludo, a modo de respeto. Aquello debería ser lo suficientemente directo como para que el reportero comprendiera: No puedes hacer más, pero tu compañía ha sido agradable. Como para reafirmar el gesto con palabras, el anciano asintió—. Con eso está bien, monsieur Périer. Ha sido un gusto a pesar de que fui el único viejo boca-suelta en hablar durante toda la noche. Espero no haberte abrumado demasiado —Lo examinó, nuevamente interesado en detalles antes no vistos—. Descuida, mi niña y yo invitamos esta vez... Pero si me permites la curiosidad de un viejo, joven, antes de que te vayas quisiera saber por qué has venido a conocer esa historia hoy particularmente. Dijiste que no habían motivos profesionales específicos, o algo así entendí yo —Se encogió de hombros—, ¿entonces qué te trae a querer saber, solo por cuestiones personales, la historia de los Rambaud? O más bien, del señorito Jean-Claude. Si se puede saber, claro. Mr. Porter había ladeado la cabeza y acercado más la barbilla sobre su pecho para mirarlo por encima de las gafas con una leve sonrisa astuta, curiosa y hasta incluso preocupada. Aquello último dejaría en claro una cosa: Se podía ser viejo, pero no necesariamente era sinónimo de idiota.
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Milly
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Post by Milly on Feb 12, 2016 11:43:21 GMT
2015 El problema de la propuesta del fotógrafo era simple: Alessandri jamás había sido muy amiga del azar. Y no era para menos, considerando que las probabilidades siempre se habían negado a favorecerla durante buena parte de su vida, partiendo por el hecho de sus prácticamente nulos atributos físicos hasta llegar a la prácticamente nula posibilidad de pertenecer a una industria en cuyo molde no encajaba. Así que no, por esta vez, esperar a ver qué pasaba no sería una opción con la que Katia podía quedarse tranquila; sabía lo que quería e iría a por ese resultado. —Ese es justamente el problema con las borracheras —con mirada triste, dejó caer unas palmaditas amistosas en el brazo de Delastair—. No importa el nivel de genialidad del sujeto, todo queda siempre sumergido bajo el letargo del alcohol. Imagina, Logan, imagina cuántas ideas brillantes habrán muerto de esa forma a través de los años, perdiendo la oportunidad de brillar incluso antes de nacer, todo por culpa del exceso de alcohol. Pero no te preocupes —algo extraño bailó sobre su sonrisa cuando se irguió en el asiento—. Esta —dio unos golpecitos en su sien— no se perderá en el mar del olvido. Justo en ese momento, como si el mundo decidiera conspirar con las retorcidas intenciones de esa retorcida pareja de amigos, el barman se acercaba a la maquillista para entregar las órdenes pendientes de sus cócteles. Y ella lo detuvo, precisa, antes de que tuviera ocasión para retirarse. Una sonrisita dulce, un par de susurros al oído del apuesto joven, unos cuantos euros depositados con disimulo en su mano… y estuvo hecho. El barman asintió, correspondió la sonrisa juguetona de su pequeña clienta y se retiró con una de las dos copas situadas frente a Katia. —Y de ese modo, mi amigo querido —le dijo con cariño—, es como me cago en tu rutina.
Moncef no tardó en levantarse a su vez para corresponder con entusiasmo el apretón de manos. —Aceptando el riesgo de que me considere un mentiroso, tengo que reconocer que mi motivación principal fue la curiosidad —fueron sus primeras palabras orientadas a responder la interrogante de su interlocutor, pero desde luego no serían las últimas. Había captado ese gesto taimado de Porter, y cómo no, había detectado también la certeza con la que el hombre se refería a Jean-Claude aunque Périer no lo hubiera mencionado ni una sola vez. De todas formas, no arriesgaba mucho si se proponía ser algo más explícito, no después de la espantosa sinceridad con la que Delastair había abordado a Ronnie horas atrás. Así que se encogió de hombros, pensando que ya no había forma de limpiarse el barro con que lo habían embadurnado sin siquiera consultar su consentimiento—. Hoy vi el nombre del joven Rambaud en mi futuro, Mr. Porter. Y siempre me ha disgustado la idea de enfrentar con ignorancia lo que el destino me depara. Iba a agregar algo más cuando lo notó. Ese algo incómodo, la extraña sensación que invade a las personas demasiado perceptivas cuando alguien las observa desde lejos. Moncef era un sujeto atento, sin embargo, no lo suficiente como para haber desarrollado esa capacidad extrasensorial. El hecho que ponía de cabeza los esquemas de aquella situación era la mesera que, sin un ápice de disimulo, lo señalaba. Y que se encontraba junto a...
—Tenía que entregárselo a ella —explicó Katia con un suspiro a modo de disculpa, observando impaciente a la camarera y su fantástico proceder. Desde su privilegiada ubicación de palco, ella y su compañero habían apreciado la escena completa: la bonita y colorida copa que pasaba de manos del barman a la mesera, el camino trazado por esta última hasta la mesa de Rachel donde había depositado el obsequio con instruida grandilocuencia, para finalmente señalar al reportero e interceder con una inmensa sonrisa y las palabras ordenadas a decir: ‘De parte del caballero’—. Si hubiera sido al revés, no habría hecho falta que nos declarásemos culpables para aclarar nuestra cuota de intervención en esto. Ese no es el estilo de Rachel. Nuestro Moncef, en cambio… —rió, malévola—. Bueno, digamos que existe un amplio margen de posibilidades de que nuestro empujoncito pase inadvertido. En el rostro de Katia se había instalado una expresión dulce e inocente que, a partir de ese día, se convertiría en una marca registrada: era el mismo gesto empleado cuando aquella tarde se había hecho cargo de entregar a Mia personalmente su indumentaria. No sabía si Logan aprobaría la estrategia, si llegaría a considerar que las nuevas circunstancias alteraban en algo sus observaciones carentes de planes... pero ya estaba hecho y no había vuelta atrás. Rachel había visto a Moncef. Moncef había visto a Rachel. Y ahora, tras despedirse del viejo mayordomo con lo que parecía una apresurada disculpa, Moncef caminaba directo hacia Rachel.
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bachi
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Post by bachi on Feb 12, 2016 16:55:27 GMT
2015 Logan lanzó una carcajada ante el último comentario de Katia, justo antes de que el obediente barman se entregara de lleno a su humilde recado. No dijo más nada, dio media vuelta en el taburete y en tanto cruzó una pierna y apoyó el codo en la barra, se dedicó a observar detrás de la copa todo lo que sucedía, comprendiendo una vez más que Woody Allen estaría orgulloso. Cambió de mano el trago y se permitió estirar el otro brazo hacia atrás para palmear un par de veces la rodilla de su acompañante. —Una brillante obra de arte, nena —Ronroneó y dio otro sorbo, manteniendo los ojos fijos y estáticos, rebosantes de ponzoña en la escena que más allá de la jungla de botellas y estanterías de cristal se desataba. El efecto mariposa era un poroto al lado de la creación que acababan de conseguir, porque por supuesto que el fotógrafo se adjudicaba parte de aquello. Más aún le había complacido ver que Katia lo había aceptado, lo había absorbido y amasado hasta lograr la perfección requerida para hacerlo suyo también. Si eso seguía así, comprendió Logan, serían imparables. ¡Y suerte que estaba ella, como Ariadna, para sacarlo de aquel laberinto! Por eso, se permitió otro trago, se dio media vuelta y, entre risas, le propuso un brindis. Un plan magistral, por lo endiabladamente sencillo que era, que se escondía en aquel mar de gentes e historias. Si con todo aquello no quedaba en claro que Logan más que aceptar el desarrollo de los hechos, casi los había adoptado como a hijos propios, no era posible saber con qué otra cosa se haría más específico. ((Estos dos serán peores que la esposa de Blanc, que Jean-Claude y Frank todos juntos si no los frena nadie XD))
Rachel había comenzado la noche yéndose a dormir, con demasiadas cosas en la cabeza como para acceder de primera a la petición de sus amigas. Rachel había ido a la cama con una sonrisa perezosa y la habían levantado primero las llamadas y luego los timbrazos del departamento con una mueca de sufrimiento y el flequillo desordenado en todas las direcciones. Al final dijo que “sí” de muy buena gana, así que no hubo “no” posible que aplacara a las despiadadas harpías que tenía por amigas. Juraron esperarla incluso aunque las amenazó con un baño de dos horas (al final siempre le llevaba menos de 20 minutos). Se recogió el cabello en un rodete, se alisó el flequillo, se puso unos vaqueros limpios y decidió estrenar unos zapatos nuevos. Lo único que tendría color en su indumentaria sería el par de plumas azules que colgaban a los costados de su rostro, rosando los hombros semi-descubiertos de una camiseta negra de cuello redondo. Nada de maquillaje, no porque no hubiera querido, sino porque no había llegado la paciencia de sus amigas hasta ese límite infranqueable. Además el taxi esperaba abajo. En medio de una rubia de cabello caótico y una joven de cabello rapado y vestido vintage, la carroza se deslizó por París, se detuvo frente al bar en cuestión y las tres descendieron en dirección a la barra, con promesas de sueño y regreso temprano, un par de buenos tragos y una merecida charla que se debían. —Entonces… ¿básicamente después de invitarte a comer cambió los planes por sentarse junto a dos sujetos insoportables de tu trabajo? —La rubia se rió ante las palabras de su amiga. —La maquillista está bien, Andrea. Debe ser la única persona que me saluda de verdad además de Blanc. ¡En serio! —exclamó ante la mirada suspicaz de las otras dos. Rachel se rió— Pero no importa en realidad porque... No, espera ahí —Detuvo la verborragia con una palma de la mano, mientras con la otra se aferraba casi con desesperación a la cerveza que tenía en la mano—. Necesitaba consejo, por eso se lo pedí. No sabía muy bien qué hacer sobre algo y… —Se encogió de hombros y bebió un trago. La tal Andrea intercambió una mirada con la otra. —Y, básicamente, se lo pedí al reportero engreído pero atractivo del grupo —Las otras dos se rieron—. ¡No, no! Que tiene sentido, a ver, yo lo haría —Se rieron las tres. Se rieron hasta que una mesera interrumpió con un trago que ninguna había pedido, filtrándose como una intrusa en un domo de la conversación. Al principio ninguna entendió. Cuando entendieron que venía de alguien, lanzaron una carcajada. Pero cuando Rachel siguió con el dedo acusador hacia donde la mesera se dirigía, la sonrisa se le borró de la cara, dando paso a una mueca estúpida de incredulidad. —¡Qué diablos…! —Andrea se tapó la boca. Rachel le dio un puntapié.
Logan se puso de pie, se tragó de un sorbo lo que tenía en la copa y, tras depositarla con vehemencia sobre la barra, le tomó la mano a Katia para arrastrarla con él. —Éste es el momento, querida, en el que nos esfumamos de la escena del crimen —Sin dar más explicaciones, se escabulló entre la gente, no sin antes llevarse consigo la última cerveza de la noche. Cuando encontró un rincón propicio detrás de una columna, se volvió a Katia y le convidó la bebida sin quitar los ojos de las presas en escena—. No vaya a ser que Périer se de vuelta para buscarnos con la mirada en la barra para despejar sospechas y ¡ops! justo nos encuentre de forma sospechosa allí mirando para otro lado.
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Milly
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Post by Milly on Feb 12, 2016 20:55:28 GMT
2015
Para ser sinceros, encontrarse con ese rostro en ese lugar, a esas horas y en esas circunstancias, a Moncef no le hacía ninguna gracia. Por muy personales que hubiera asegurado a Porter que eran sus intenciones de recolectar información, el tour de aquella noche seguía siendo trabajo. Y el trabajo nunca, nunca nunca nunca se mezclaba con otros asuntos. Era la razón por la cual, durante una fracción de segundo, se había planteado la brillante posibilidad de seguir su camino e ignorar la presencia de la secretaria. Era una estrategia sencilla, políticamente correcta, y habría dado resultado si Rachel no hubiera reparado en la presencia de Moncef. Pero lo había reconocido y él había disfrutado, regodeándose en secreto, el modo en que la luminosa sonrisa (libre de los matices irónicos y astutos que estaba tan acostumbrado a recibir) desaparecía de esos hermosos labios. La respuesta involuntaria había sido corresponder a la mueca de desconcierto con una expresión jovial y desinhibida, un gesto de control, de dominio y de sapiencia. Porque su orgullo de caballero mantenía bien abiertas las heridas ganadas aquel día a raíz de las interminables afrentas, y en ese momento volvían a escocer. Pero él las soportaría, estoico y valiente. Las soportaría, las enfrentaría y las limpiaría antes de que corrieran el riesgo de infectarse. —Buenas noches señoritas —saludó cuando hubo llegado a su meta, siempre galante, siempre respetuoso y siempre sonriente. Se dirigía únicamente a las dos desconocidas—. No se preocupen —agregó antes de que cualquiera pudiera mover un solo dedo—, no tengo intención de arruinarles la velada. Prometo que será una interrupción breve. Solo entonces dedicaría su atención completa a Lavalley, entreteniéndose un minuto eterno en estudiar el grato contraste de su atuendo de oficina con su actual y desenfadada apariencia, impacientándola por última de forma completamente voluntaria. Cuando al fin separó los labios, un brillo de imprevista prudencia se removía en sus ojos marrones. —Hay pocas cosas en las que creo, Rachel —repuso con voz amable al iniciar, tomando asiento frente a ella sin esperar autorización—, y las coincidencias definitivamente no es una de ellas. Pero estoy cansado, y no tengo intención de culpar a nadie de nada a estas alturas. Así que haremos lo siguiente —inclinando un poco más el cuerpo hacia ella, se aseguró de reclamar la total atención de su mirada. Las siguientes palabras fueron un susurro grave y aterciopelado—: prometo no suponer que estás aquí con la única intención de distraerme y torturarme (en el mejor sentido de ambas palabras), si tú prometes no suponer que estoy aquí con la única intención de distraerte y torturarte (en el peor sentido de ambas palabras, claro). Un trato sencillo para que cada uno pueda ir a dormir en paz esta noche, ¿no te parece? —Sonrió educado, extendiendo una mano gentil que aguardaba por el cierre –o muy probablemente el mordaz y cruel rechazo, así era Rachel– de su sana propuesta—. No hay por qué iniciar el día de mañana con el pie izquierdo.
Detrás de su improvisado y no muy cómodo escondite, la maquillista bebía con inusitada ansiedad la cerveza que Logan había depositado en sus manos, a modo de consuelo por el bonito cóctel que hubiera quedado a medio consumir en la barra durante el anterior instante de fuga. Durante un momento, mientras observaba atenta el espectáculo con la mano libre bien aferrada al hombro de su amigo, había llegado a sentirse verdaderamente culpable por la pobre secretaria involucrada. ¿Qué culpa tenía Rachel –pensó Katia sin dejar de atacar la cerveza– de que el par de genios ahí escondidos tuvieran ganas de llevar a cabo un espontáneo experimento social? El mea culpa, sin embargo, culminaría tan rápido como el contenido de la jarra de bebida. —Ojalá pudiéramos escuchar lo que dicen —se lamentó, tal vez de una forma exageradamente melancólica ahora que, al fin, el alcohol comenzaba a hacer mella en ella también .
((¡No lo dudo, no lo dudo! La verdad es que hasta me dan un poquito de miedo xDD))
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Post by bachi on Feb 13, 2016 5:13:47 GMT
2015 Por la mente de Rachel había cruzado exactamente la misma idea. Pero, como siempre sucedía con la mayoría de sus pensamientos, quedó solo en eso, en un mero pensamiento. El hecho no era que carecía de osadía y una pizca de arrogancia, sino que estaba prácticamente encerrada en la situación por sus amigas, por el mismo sujeto que avanzaba directo hacia ella y, además, por un toque de orgullo propio. Así que lo recibió como mejor pudo. Mientras él se volvía a sus suspicaces y acusadoras amigas, Rachel se acomodó muy lentamente en el asiento y bebió un poco de cerveza para quitar la sensación de aspereza de la garganta y observar de refilón el accionar del sujeto en cuestión con una mirada implacable. La rubia fue casi tan descarada como él al acercárseles: Sin siquiera dudarlo, se apoyó contra la barra y lo miró de arriba abajo, con una sonrisa entre divertida y peligrosa. Adriana fue cortante, incómoda y monosílaba al responder, lo que hizo reír a la otra sin tapujos. Cuando finalmente Moncef decidió volverse a ella, Rachel ya estaba esperándolo en posición, intentando parecer lo más relajada posible, cosa que quizás con ayuda de un poco de cerveza estaba consiguiendo. Con la cabeza apoyada en su mano y su codo a su vez en la mesada, le sonrió y enarcó las cejas, por fin recuperando su sarcasmo habitual. Le costó mantener el temple todo el tiempo que él se permitió juzgarla ese minuto eterno, pero tuvo que admitir lo divertido de aquello: Se lo estaba haciendo a propósito, y más que caer como una niña de secundaria o enfadarse como quizás podría haber hecho en la oficina, al final se permitió relajarse y complacerse. —De verdad me sorprende que haya cosas en las que puedas creer, Moncef, pero descuida —Miró el vaso casi vacío y bebió el último trago. Ella también podía hacerlo esperar. Cuando se volvió a fijar en él, sus ojos relampagueaban—, yo entiendo. En cuanto a la sospecha, lamento decepcionarte, pero no todo gira en torno tuyo. Ésta vez sí fue una bonita curiosidad. Vio la mano extendida hacia ella y luego vio sus ojos. Estuvo a punto de rechazarlo, a punto. ¿Qué la detuvo? La selección de palabras del reportero. Había dicho que no estaba allí para torturarlo, con aquello obviamente se refería a su presencia, sea lo que sea que hubiese querido decir en forma de “halago”. Pero después estaba la otra parte. ¿Distraerlo? ¿Distraerlo de qué? Rachel era veloz. Y su mente veloz dirigió los cálculos hacia la mesa de la cual le había parecido verlo venir. No descubrió nada allá excepto chopps vacíos. Si hubiera sido un encuentro casual, Moncef habría aprovechado la oportunidad para ser visto, no le hubiera dado un trago, exponiéndose él ante ella, luego de forma morbosa con su propia cita, ¿no? Entonces no estaba ahí por una chica. Había algo más… Rachel Lavalley se apartó de la barra, su cerebro analizó perfectamente el tono cautivador de la voz, lo catalogó y decidió sortearlo para enderezarse. Acto seguido, le estrechó la mano casi con profesionalidad, entrecerrando los ojos pero con una sonrisa. —Acepto la tregua. De momento. Ahora, si nos disculpas… —Se volvió a sus amigas. O a los asientos vacíos en los cuales minutos antes habían estado esas malditas hijas de…
—Tranquila —susurró distraído Logan, con los ojos fijos, pegados en las presas como un halcón en llamas—, pronto nos enteraremos de aquello que no nos quieran decir —Se volvió a verla con una sonrisa, reenfocando la atención—, por el simple hecho de que no nos lo dirán. ¿Pero qué diablos te sucede? —La pregunta le salió de sopetón. No había nada raro en realidad en la actitud de Katia que en un principio lo inquietara y quizás había sido eso lo que había levantado las sospechas y activado las alarmas. Tan acostumbrado estaba a sus reacciones y expresiones estrafalarias… Hasta que vio el contenido de la cerveza, o más bien no vio la cerveza donde debería estar. Y su sonrisa se ensanchó aún más. —Vaya, ¿sabes? Sé que te dije que te invitaría unas rondas, querida, pero yo también quería de eso… AGUARDA —Detuvo la palabrería sin sentido y apartó a Katia con un sutil empujón del camino que las dos amigas de Rachel se estaban abriendo para salir al exterior. Inmediatamente las personas se cerraron tras ellas y los ojos de Logan volaron fugaces a los de su compañera— No sé tú —le dijo y le agarró la mano—, pero yo —le agarró la cintura— no dejo de pensar —canturreó antes de reírse y ponerse de nuevo en serio—… Vamos, ¿que no te gusta Luis Miguel? En fin, dancemos hasta salir con estilo de este lugar. Tengo la sensación de que quizás podremos escuchar algo de lo que digan y, de una u otra forma, tarde o temprano tendremos que arrastrar de vuelta a Périer a su coche, y mientras más lejos estemos de la barra, más creíble será nuestro relato. Así que antes de que pudiera objetarle algo o negarse o pedir otra cerveza, Logan arrastró con una inusitada gracia a Katia hacia la pista de baile. Sonaba un jazz bajo, hermanastro de la electrónica, pero lento y contagioso al mismo tiempo de modo que casi parecía que iban al ritmo de las luces que se prendían y se apagaban, se prendían y se apagaban en aquel estrecho salón. Los ojos del fotógrafo estaban concentrados en abrirse paso entre el laberinto de cuerpos, custodiando a su pequeña compañera, cosa que en esa situación les iba muy a su favor. Cuando finalmente estuvieron cerca de la brisa fresca que la piel acalorada anhelaba como la garganta al agua en medio del desierto, la música viró vertiginosamente y Logan sujetó fuerte a Katia para evitar que la marea la arrastrara consigo hacia atrás. No salieron afuera, sino que más bien el local pareció escupirlos como por un embudo. Logrado el objetivo y con la energía afiebrada por el alcohol, el hombre se permitió un grito de júbilo. Miró a su compañera, le guiñó el ojo y en seguida rebuscó entre las pocas parejas y grupos que habían salido con la excusa de fumar. Las encontró sentadas en uno de los canteros de los árboles del frente. Con un sutil codazo, Logan llamó la atención de Katia y la atrajo disimuladamente a la zona en la que esperaban los taxis. —… así que lo tuve que llevar al veterinario. —Vaya. Una pena, Adri. ¿Pero se pondrá bien, cierto? —Sí sí. Nada que un par de antibióticos no puedan sacarle. Es un buen chico. El fotógrafo les daba la espalda, pero si hubiesen podido ver la expresión que en ese momento podía observar la maquillista, toda su aparente actitud despreocupada se habría derrumbado: Sus ojos bien abiertos y ceñudos solo remarcaban su impaciencia y excitación. —Hey, ¿y qué me dices de eso de allá adentro? Logan abrió la boca con divertida malicia para hacer una gran y silenciosa “O” digna de caricatura. Como si pudiese verlo, la chica se rió. —Habrá que verlo. Pero es Rachel. Ya sabes cómo es. —¿Indecisa? La otra se rió, incrédula. —¡Todo lo contrario! No es idiota. Y si la buscan para tontear, rechazará la oferta. —¿Entonces…? La chica arrojó el cigarro y se encogió de hombros. —¿Quizás ella quiera tontear? No lo sé. Se rieron. No había nada específico en lo dicho que una mente sana y cuerda pudiese sacar en concreto. Pero Logan no estaba del todo sano, o por lo menos no con esa cantidad de alcohol. Para él fue como escuchar una primicia.
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Milly
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Post by Milly on Feb 13, 2016 12:32:38 GMT
2015 Rachel podía haberlo dicho a modo de broma cruel, pero a Périer le sobraban motivos para sospechar que, de vez en cuando, el mundo sí que giraba en torno suyo. Como ahora: era como si el destino estuviera confabulando en su contra, ¿o tal vez se trataría solamente de dos personas, dos irritables y peligrosas personas a las que debería interrogar más tarde? No lo sabía. El punto era que, por segunda vez en un breve lapso de tiempo, las circunstancias lo incitaban a rehusar emprender la retirada definitiva de ese endemoniado local. El reportero notó la reacción de Lavalley cuando esta comprobaba el abandono de sus camaradas, pero esta vez un hubo sonrisas divertidas que le asomaran al rostro. Con la inesperada aceptación del acuerdo los marcadores de ambas partes volvían a cero, y por lo que quedaba de noche, Moncef no estaba interesado en retomar el conteo de puntos. La astucia inagotable de Rachel era definitivamente cautivante, pero después de un tiempo también resultaba agotadora. Lo que hizo en cambio fue concederse una tregua consigo mismo. —Búscalas, puede que no hayan llegado demasiado lejos —Sin burla, sin presunción y sin galantería. Así de limpia sonaría la voz del reportero cuando decidió llamar la atención de su involuntaria acompañante. Por fin las máscaras habían caído ahora que se decidía a bajar la guardia. Con un gesto al barman más cercano pidió otra cerveza, y luego miró a Rachel—. Podría invitarte a beber algo mientras aguardas a que vuelvan, pero sabes que es muy probable que no lo hagan… y yo estoy muy decidido a atenerme a mis palabras. No tengo intenciones de ser una molestia —Nunca nadie, ni antes ni después de aquella noche, vería a ese sujeto tan cansado como pareció estarlo entonces, cuando acercaba la jarra de cerveza recién servida a sus labios. De todas formas, al final, se las arregló para sonreír—. Así que, mademoiselle Lavalley, eres libre. Mi egocéntrica presencia no te retendrá por más tiempo. Périer estaba dispuesto, o más bien, estaba encantado con la idea de cumplir su acuerdo con la secretaria, accediendo así a un par de horas apartado de cualquier apariencia, sin necesidad de estar a la defensiva. Por eso la despedía, por eso la incitaba a proceder al escape que él de ningún modo estaba dispuesto a protagonizar el primero. Porque aunque había acabado por hoy con ese enfrentamiento con la joven de mirada despierta, su disputa con el destino estaba muy lejos de acabar, y si bien no había nada más cierto en aquel momento que sus intenciones de huir de una buena vez a la seguridad de su hogar, poniendo tanta distancia de las observaciones taimadas de Rachel como fuera posible, tenía que averiguar, necesitaba saber hasta qué punto el mundo estaba resuelto a llevarle la contraria.
Katia no estaba tan emocionada como su compañero. A decir verdad, las finas cejas fruncidas y los delgados labios cerrados declaraban con total claridad su contrariedad ante las últimas palabras escuchadas a hurtadillas. Y como si su reacción no hubiera quedado totalmente clara con eso, encogió los hombros cuando Delastair fijó la mirada en ella. Parecía un cachorrito herido. No estaba tan ebria como para que su sanidad mental se viera trastocada, y aún así, de pronto estaba tan furiosa con el mundo que incluso llegó a retractarse de la culpa que antes hubiera sentido por la "pobre" Rachel. ¿Es que acaso Alessandri era la única persona que se mostraba tal cual era? Bueno, ella y Logan, en todo caso. Por más secretos retorcidos que el fotógrafo tuviera bajo la manga aguardando para hacer magia con ellos en el instante menos esperado, pues, seguía siendo alguien auténtico. Un poquito histérico, un poquito desquiciado (¿o desgraciado?)… pero real a fin de cuentas. El resto, en lo que a Katia concernía, podía irse al infierno, que de seguro ya tenían su lugar reservado ahí junto a todas las modelos del mundo y diseñadores con mal gusto que creaban atrocidades como el conjunto que llevaba puesto una de las mujeres que todavía tenían a la espalda y oían si dificultad. Quiso largarse de ahí, y no tardó en hacérselo saber a su amigo sin necesidad de palabras: bastaría una miradita melancólica de sus ojos claros, brillantes por el efecto del licor. Después de todo, ¿qué más podían hacer? Périer podría no salir jamás para llevarlos a sus respectivos hogares, o simplemente podría no tener la intención de cargar otra vez con ellos. Y no podían arriesgarse a averiguar por su cuenta el desenlace de la noche volviendo al bar sin que los pillaran con las manos en la masa. Era más seguro corroborar los pormenores de la noche al día siguiente.
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